Valverde de los Arroyos
se sitúa a los pies del Pico Ocejón, en un enclave digno de admirar por la
belleza de sus paisajes y por lo característico de sus construcciones, a base
de pizarra, que dan al lugar la merecida fama que tiene. Se halla este bello
enclave en plena ruta de los Pueblos de la Arquitectura Negra, en la provincia
de Guadalajara, y guarda tesoros que no dejan de sorprender a vecinos y
foráneos.
Hablar de Valverde de
los Arroyos es hablar de belleza paisajística, de aire puro, de remanso de
tranquilidad… Hablar de Valverde es hablar de tradición, de ritos singulares
que, perdidos en la noche de los tiempos, cada año, el domingo siguiente al de
Corpus Christi, son perpetuados por ocho danzantes y un botarga, dando lugar a
una de las más bellas manifestaciones festivas de la provincia de Guadalajara y,
cómo no, de España.
Hablamos de la famosa
fiesta de la Octava del Corpus o de los Danzantes, que se celebra en Valverde
en honor al Santísimo Sacramento. La fiesta, de orígenes inciertos como muchas
otras de similares características, pudo ser un ritual de acción de gracias por
el florecimiento de las cosechas, o de llamada a la fertilidad, enmarcado
probablemente en las celebraciones que tenían lugar en los días próximos al Solsticio
de Verano. De ahí, el colorido de su atuendo y sus danzas rituales, clara
llamada a la prosperidad de las tierras. Pero como toda fiesta de origen
pagano, llegado un punto, se sacralizó con la inminente presencia de la
religión cristiana, llegando como es el caso de esta de Valverde a intervenir
el Papa. Y es que se tiene constancia documental de que Paulo V, allá por el
siglo XVII, otorgó a los Danzantes de Valverde una Bula mediante la cual les
permitía danzar ante el Santísimo con sus cabezas cubiertas con el tradicional
gorro de flores. Y es que lo normal, en señal de respeto, es descubrirse
tratándose de la presencia real de Cristo. Por tanto, como vemos, estas danzas
ya siglos atrás tuvieron su importancia y consideración por parte de las altas
esferas eclesiásticas, perdurando con el paso de los tiempos y llegando hasta
nuestros días con todos los elementos que desde el principio las
caracterizaron.
La Danza la componen
ocho Danzantes
y el Botarga
correspondientemente ataviados y caracterizados. El hecho de ser danzante o
botarga, viene marcado por el ciclo vital, pues se trata de una costumbre que
pasa de padres a hijos, sin romper la línea sucesoria que se perpetúa de
generación en generación. El traje de los danzantes se compone de camisa blanca
y pantalón blanco adornado en sus partes inferiores con puntillas. Sobre el
pantalón una falda que recibe el nombre de sayolín,
de color rojo con pasamanerías y pequeños motivos en color blanco. Sobre la
falda y anudado a la cintura llevan un vistoso mantón de manila de color negro
ricamente bordado con motivos vegetales de colores. Llevan un pañuelo de
colores anudado al cuello a modo de corbata, y sobre los hombros flores rojas
cosidas. En la espalda y sobre la camisa, llevan una serie de cintas ricamente
decoradas de varios colores. En los codos se anudan cintas de color rojo, y
sobre su pecho cruzan una cinta ancha roja igualmente. Remata el atuendo el
característico y vistoso gorro de flores, que imita una mitra episcopal que se
decora profusamente con flores de varios colores y espejos con forma circular.
Se sujetan con cintas que pasando por debajo de la barbilla se unen a ambos
lados del gorro. Calzan zapatillas blancas con suela de esparto y cintas
negras. Se sirven de castañuelas y palos para marcar el ritmo de las danzas.
El botarga es una
figura muy extendida en gran parte las fiestas de la provincia de Guadalajara.
Viene a representar un personaje grotesco que atemoriza a niños y mayores, y
que arremete en algunas ocasiones con las féminas, siendo esto un claro símbolo
de fertilidad. En la mayoría de las festividades donde hace acto de presencia,
lleva máscara y se encarga de mantener el orden dentro del grupo. Suele portar
una porra o cualquier otro elemento de tipo fustigador, símbolo de su
autoridad. En el caso de la botarga de Valverde de los Arroyos, encontramos que
prescinde de la careta y va a cara descubierta. En este pueblo realiza
las funciones de alcalde de la danza, siendo el que inicia y va marcando el
transcurso de la misma. Su vestimenta es muy llamativa, viste un traje de paño
compuesto por chaqueta y pantalón cuarteados con piezas de colores alternos,
fundamentalmente amarillo, verde, rojo y marrón, colores rituales muy ligados a
la naturaleza, al fuego, a la tierra… lleva camisa blanca y tradicional pañuelo
de colores anudado al cuello a modo de corbata como el resto de los danzantes.
Sobre la cabeza lleva una gorra de los mismos colores que el traje, rematada en
una borla. Lleva unos palos, similares a las baquetas que porta el gaitero, con
las cuáles amenaza a los chiquillos y pone orden durante las celebraciones.
Van acompañados los
danzantes por el gaitero, que vestido elegantemente con traje de chaqueta y
corbata, porta el tambor y la flauta, con los que ameniza las distintas danzas.
El día grande de la
fiesta es el domingo. A media mañana los danzantes y el botarga entran en la
iglesia para asistir a la celebración de la Santa Misa. Se colocan a ambos
lados del altar mayor presidiendo la celebración, con sus gorros puestos en
todo momento. Mientras el botarga recorre la iglesia intentando mantener orden
y respeto, saliendo de la misma si es necesario en el momento que quienes
esperan afuera suban el tono o formen alboroto. Acabada la Misa, el sacerdote
coloca en la custodia el Santísimo Sacramento y da paso a la procesión. Abre el
cortejo la gran bandera de la parroquia, formada por un mástil de varios metros
y por un gran paño de tono granate con remates dorados; sigue el estandarte de
la Cofradía de los Hermanos del Señor, y tras éste el curioso ramo formado por
un mástil y una estructura con forma redonda compuesta por varias ramas, de las
que penden multitud de apetitosas roscas bañadas en clara de huevo, que después
de la procesión serán subastadas. Tras el ramo sale el botarga y el sacerdote
con la custodia bajo palio, que es escoltado por los ocho danzantes. Durante
todo el transcurso de la procesión el gaitero ejecuta un repetitivo toque de
tambor de ritmo continuo y rápido. Al llegar a la plaza tiene lugar la primera
de las paradas ante un altar en el que el sacerdote hace la bendición con el
Santísimo.
Terminada esta, la
comitiva se dirige a las Eras donde tiene lugar uno de los momentos álgidos de
la procesión, ya que en este lugar los danzantes llevan a cabo diversas danzas.
El sacerdote deposita la custodia en un altar, y el botarga y los danzantes se
colocan en el espacio habilitado para ejecutar sus danzas. El escenario no
puede ser mejor, con el Ocejón al fondo como telón y con el verdor de la sierra
como alfombra, tiene lugar la danza conocida con el nombre de “la Cruz”. El botarga inicia la danza y
va recogiendo uno por uno a los danzantes que le siguen danzando al son del
tambor y la flauta. De esta manera, y tras varios quiebros y cruces en la
danza, se disponen en forma de cruz. Repiten la maniobra en varias ocasiones,
acabando con un enérgico ¡Viva Jesús
Sacramentado! que pronuncia el botarga ante la custodia.
De nuevo la procesión
vuelve al templo y los danzantes se dirigen a la plaza donde tendrán lugar las
otras danzas y la puja por las rosquillas del ramo. Primeramente ejecutan una danza de paloteo en la que se
entrecruzan con gran destreza haciendo chocar sus palos, y que nos recuerda a
una lucha guerrera, de donde normalmente toman origen estos paloteos. Tras esta
danza tiene lugar la puja de las roscas
que previamente se han quitado del ramo que las portaba para trasladarlas hasta
la plaza. Son los danzantes los que se encargan de dirigir la puja, pagando la
gente cantidades de dinero por hacerse con alguna de las roscas. Terminado este
acto tiene lugar la danza del Cordón en
la que los danzantes trenzan varias cintas de colores en torno a un palo que
sostiene el botarga, demostrando nuevamente su gran destreza. Se trata de un
trenzado peculiar, no el que estamos acostumbrados a ver en otras fiestas, sino
más complicado, pues resulta un trenza doble que une las cintas trenzándolas de
dos en dos.
Terminadas las danzas,
y junto al pórtico de la iglesia tiene lugar “la loa”, una especie de auto sacramental que es también pieza
fundamental de la fiesta de la Octava, y cuya representación corre a cargo de
los jóvenes del pueblo. Las loas son también una tradición muy extendida en la
provincia de Guadalajara, destacando la Loa
de San Acacio en Utande y la Loa de
la Virgen de la Hoz en Molina de Aragón. Cada año la loa de Valverde tiene
una temática diferente, siempre con el fin de adoctrinar y de ofrecer una
moraleja con fines catequéticos.
Por la tarde de nuevo
los danzantes harán la muestra de sus danzas a petición del público,
finalizando así con su antigua fiesta que cada año atrae a vecinos y visitantes
hasta este precioso enclave de la sierra de Guadalajara.
El tambor que ameniza las danzas |
Preparado para el paloteo |
El ramo con las roscas precede la procesión |
Danzas en las Eras |
El Botarga encabeza la danza |
Formando la Cruz |
Danza de la Cruz |
Los danzantes escoltan a la custodia |
Paloteo en la plaza |
Rifa de las roscas |
Danza del cordón o de las cintas |
Trenzando el palo |
Fuente consultada: LÓPEZ
DE LOS MOZOS, JOSÉ RAMÓN, Fiestas Tradicionales de Guadalajara. Aache. Guadalajara, 2000.
Hola buenas tardes¡¡MI amigo Agustin el alcalde de Valdepinillos ya nos yebo a conocer el pueblo de Val verde y aun que viví cerca de el nunca llegue a conocerlo pero este verano pasado lo conocimos mi marido y yo y que damos en cantados : La verdad que los pueblos de la provincia de Guadalajara son muy bonitos y con costumbres muy originales ¡¡ el merito que tiene Val verde es que no a que dado sus costumbres enel olvido precioso reportare de la danza de la octava del corpus precioso y en hora buena a toda la directiva
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