Bienvenidos a OBJETIVO TRADICIÓN, un proyecto que se basa en el estudio y la divulgación del rico patrimonio cultural inmaterial que posee España. Te invitamos a conocerlo a través de los ritos, costumbres, fiestas, tradiciones, folklore... que traemos hasta este espacio. ¡Gracias por tu visita!

jueves, 30 de enero de 2014

LA FIESTA DE LA VACA DE SAN PABLO DE LOS MONTES

La comarca de los Montes de Toledo es muy rica en tradiciones y folklore. Sus pueblos conservan fiestas dignas de estudio que con el paso del tiempo han perdurado manteniendo la esencia de siglos pasados. Pero si hay una fiesta que represente a todas ellas por su antigüedad e importancia, esa es la Fiesta de la Vaca, que se celebra en San Pablo de los Montes cada 25 de enero, con motivo de la fiesta de la Conversión de San Pablo Apóstol, su Patrón.

Como toda mascarada de invierno, la Fiesta de la Vaca reúne una serie de peculiaridades que ya hemos visto repetidas en otras que tienen lugar en esta época del ciclo festivo. De orígenes lejanos, esta fiesta está protagonizada por unos personajes que la dan sentido y forma, todos ellos haciendo alusión al entorno pastoril y ganadero en que se encuentra enclavado este precioso pueblo. También contamos con la presencia de la vaca, la protagonista de la fiesta, y que hace referencia al antiguo culto que se daba a este animal, sagrado para muchas culturas, y a la “vitula” de las Kalendae romanas. La “inversión de géneros”, también presente, aparece representada en el personaje de la “Madre Cochina”, que al igual que en otras de estas mascaradas de invierno, aporta el toque de humor y de burla (en la fiesta de la vaquilla de Fresnedillas de la Oliva recibe el nombre de “guarrona”, y en Santa Ana de Pusa se denomina “hilandera”). El “escobonero” podría representar al que aleja el mal de la comunidad, pues con las escobas que lleva colgadas a la espalda “barre”, elimina, el rastro que deja el forastero que podría venir cargado de aspectos negativos y de malos augurios. Los demás quintos componen la manada que acompaña a la vaca. Otros participantes de la fiesta serían los forasteros, quienes tienen que aceptar de buena gana ser “corridos” por la vaca, y que pasan de la participación observante a ser también protagonistas activos del rito. Es el “peaje” que deben pagar los no nacidos o que no residan en San Pablo, para ese día integrarse en la comunidad y participar de la fiesta. En referencia a este hecho, siempre he escuchado contar a mi abuela con mucha gracia que una amiga suya se echó novio forastero, de un pueblo cercano, y que un día de la fiesta los quintos quisieron “correrle” y se negó. Ni corto ni perezoso se dirigió a las autoridades a exponer su protesta, a lo que la autoridad le contestó que, o se dejaba “correr” por la vaca, o estaban en su pleno derecho de echarle del pueblo. Vemos por tanto como se cumple uno de los objetivos de este tipo de fiestas que, según indica el gran Julio Caro Baroja en su obra El Carnaval, era propiciar el orden dentro de la comunidad para el resto del año, a través de una serie de papeles o roles que protagonizan los de dentro y los de fuera. Además esta fiesta supone (o supuso diríamos ahora) un importante rito de paso, el momento en que los jóvenes pasaban a formar parte del grupo adulto de la población. Eran los quintos quienes protagonizaban la fiesta y quienes encarnaban los papeles de la “ronda de la Vaca”. Tras haber cumplido el servicio militar, cuando volvían licenciados, los mozos participaban en la celebración. Así, al que le había tocado el destino más lejano, era el que tenía el privilegio de ser el vaquero y portar la vaca. El que le seguía en lejanía representaba el papel de “Madre Cochina”, otro el de “escobonero”, y los demás representaban al resto de la ronda, los cencerreros. En la actualidad, desaparecido el servicio militar, los quintos siguen siendo los protagonistas, manteniendo esta tradición de siglos. Veremos ahora al detalle las características y vestimentas de cada uno de los integrantes de la fiesta:

La Vaca: la porta el vaquero, que viste traje corto con chaquetilla, zahones, botas camperas y sombrero de ala ancha. La vaca se compone de un palo decorado con cintas de colores trenzadas entre sí, y rematado con  una cornamenta de vaca adornada con flores de tela, cintas y espejos. En la parte posterior lleva cintas de muchos colores, algunas con cascabeles, y una cola de pelo de animal simulando la cola de la vaca.

La Madre Cochina: se trata de un mozo disfrazado de mujer (reminiscencia de las fiestas romanas en honor al dios Jano). Viste refajo negro bordado con motivos florales, delantal, blusa y toquilla de lana. Debajo del refajo lleva varias enaguas con los picos decorados, con los que bromea con las mujeres enseñándoselos. El joven va maquillado y lleva peluca y pendientes. Porta dos "palillos" que lanza -lanzaba- a los pies de las féminas para que éstas saltasen y poderlas ver los picos. Con el paso del tiempo y los avances en el modo de vestir de la mujer, esta tradición ha tenido que adaptarse a los nuevos tiempos, y ahora en lugar de los picos, las mujeres enseñan alguna parte de su ropa interior.

El escobonero: mozo vestido al modo de los pastores de antaño, con pantalón de pana, camisa, delanteras, leguis y albarcas. Porta a la espalda el típico morral usado por los pastores, del que cuelgan escobas o escobones de donde recibe su nombre. Lleva la cara tiznada y sobre su cabeza un sombrero o gorra.

El resto de quintos que componen la “ronda de la vaca”, los "cencerreros": en la actualidad llevan un pantalón, por lo general vaquero, una camisa blanca, y un pañuelo que suele ser rojo anudado al cuello. Portan grandes cencerros unidos por una correa, que hacen sonar durante los días que dura la celebración.

Dentro de esta fiesta encontramos gran cantidad de ritos. Todo comienza días después de la Navidad, antes de la festividad de San Sebastián, santo muy venerado en San Pablo de los Montes por haber librado al pueblo de la peste y que en otro tiempo tuvo ermita propia. Los quintos, acuden al ayuntamiento a “pedir la vaca” a las autoridades, esto es, a pedir permiso para comenzar con los preparativos de la fiesta.

El 19 de enero, víspera de San Sebastián, tiene lugar la “reseña”. Los quintos haciendo sonar sus cencerros anuncian la proximidad de la fiesta participando en la luminaria de San Sebastián que enciende su Cofradía en un lugar previamente acordado. Los mozos saltan la lumbre, siendo éste un importante rito purificador en torno al fuego cuyo objetivo es ahuyentar los malos espíritus. El saltar y ahumarse es símbolo también de protección para la persona que pasa sobre las llamas.

El 24 de enero, víspera de la Conversión de San Pablo, los quintos marchan a un lugar conocido como “la Dehesa”, subidos en un gran remolque, para buscar la leña con la que por la noche encenderán la luminaria. Vuelven todos subidos sobre las ramas y las depositan en las cercanías del “Pilar”, conocida fuente del pueblo, donde será encendida entrada la noche. De nuevo repetirán el rito de la víspera de San Sebastián, saltando sobre las brasas y haciendo sonar los cencerros. Durante esta noche, la “ronda de la vaca” recorrerá las calles de San Pablo anunciando la fiesta.

El 25 de enero es el día grande, pues se celebra la fiesta de San Pablo Apóstol, y es el momento en que la “ronda de la vaca” adquiere el máximo protagonismo. En este día participan también los niños que desde pequeños aprenden a cuidar la tradición, y los mayores que hace veinticinco años fueron quintos y protagonizaron la fiesta. Cerca de las doce del mediodía, tras haber recogido a cada uno de los miembros de la “ronda de la vaca”, esta se dirige a la plaza a esperar la salida de la procesión. Aquí comienza uno de los ritos más significativos, cargado de un gran simbolismo. Primero sale la imagen de San Sebastián, portada por sus cofrades y que va engalanada con una rama de pino o madroño de la que cuelgan gran cantidad de cintas de colores, rosquillas y mandarinas. Le sigue la imagen del patrón San Pablo Apóstol. En tres puntos del recorrido de la procesión, la vaca y sus acompañantes realizan los tradicionales “cortes” entre las imágenes de los dos santos. En este rito cruzan por medio de la comitiva haciendo sonar los cencerros. Es en este momento de la fiesta donde encontramos perfectamente unidos el carácter pagano y el religioso de la misma. Cortan el transcurso normal de la procesión simbolizando el enfrentamiento entre lo sagrado, representado por los dos santos, y lo profano representado por la “ronda de la vaca”. Nos encontramos ante un rito pagano que, con la llegada del cristianismo, sufrió un claro sincretismo para evitar su desaparición. Después tiene lugar la misa en la que los componentes de la ronda no participan, pues han de esconder a la “Madre Cochina” en algún lugar del pueblo para que acto seguido, los casados, lleven a cabo su búsqueda. La tradición manda que si estos la encuentran, serán los encargados de “correr la vaca” a los forasteros. Pero como es costumbre que sean los quintos los protagonistas y quienes la corran, los casados no consiguen encontrarla.  Finalizada la misa tiene lugar otro de los momentos relevantes y curiosos de esta fiesta: la “tirada del palo”. El palo es un gran tronco de árbol atado por sus dos extremos con grandes sogas. En un lado se colocan los casados y en el otro los solteros. Ambos tiran con gran fuerza para ver quién consigue arrebatar el palo a quién y sacarlo de la plaza. El grupo que consiga arrastrarlo a mayor distancia será el ganador. Tras esto, la vaca y su cuadrilla comienzan a buscar forasteros por la plaza para “correrlos”. Dos quintos llevan al forastero cogido por los brazos y, a la carrera, se dirigen hacia la puerta del ayuntamiento perseguidos por la vaca que le intenta cornear, el resto de los quintos haciendo sonar los cencerros, y el “escobonero” que restalla su honda contra el suelo simulando que arrea a la manada. Al llegar al ayuntamiento, se obsequia al forastero con tostones y limonada tras cumplir con el rito. El negarse a cumplir puede ser tomado como una falta de respeto hacia el pueblo o como un desprecio a la tradición. Con esto se pone broche a la que quizá sea la fiesta más querida por los sampableños, y la que carga con más siglos de historia y antigüedad.

No puedo cerrar esta entrada sin dedicársela a una persona muy especial que nos dejó hace muy poco: mi abuela Antonia, sampableña, que desde que tengo uso de razón me ha hablado de las tradiciones de su pueblo haciendo que las quiera y las respete como un sampableño más. Pues, no habiendo nacido en San Pablo de los Montes, un trocito de mi corazón está allí, es el pueblo de mi familia y un lugar al que siempre me gusta volver para cumplir con las tradiciones heredadas de mis mayores. Gracias a todo lo que me contó mi abuela, me ha quedado un rico legado que yo transmitiré a los míos, porque de esta manera es como no muere la memoria colectiva de los pueblos.

Agradezco la amabilidad de Alicia Benito, que me ha cedido la fotografía de la luminaria de este año.

FUENTES CONSULTADAS: 

- VV.AA., San Pablo de los Montes y su memoria colectiva. Artes Gráficas, S.A. Toledo, 2003.
- CARO BAROJA, J. El Carnaval. Alianza Editorial, 2006.

Imagen del Patrón San Pablo Apóstol

Imagen de San Sebastián engalanada con la rama de pino

La "ronda de la Vaca" llega a la plaza. 2013.

La Vaca cortando la procesión. Año 2013


*Todos los textos, así como las imágenes y los archivos de vídeo son propiedad del autor.

jueves, 23 de enero de 2014

LUMINARIAS, “VAQUILLA” Y “MARRACHES”. LA FIESTA DE SAN SEBASTIÁN EN LOS NAVALUCILLOS


Enclavado en los Montes de Toledo y perteneciente a la Comarca de La Jara, se encuentra Los Navalucillos, precioso pueblo que cada 20 de enero festeja a su patrón San Sebastián. Se trata de una fiesta de invierno que comparte rasgos con otras que se celebran en la zona, pues están presentes las luminarias, la aparición de personajes grotescos que provocan el temor de propios y extraños, el reparto de roscas… Veremos por partes los diferentes momentos de que se compone esta celebración.

La fiesta se inicia el 16 de enero, víspera de San Antón, día en que se encienden las primeras hogueras en diferentes puntos del pueblo, y que se conoce como día de “la luminaria chica”. Los vecinos de Los Navalucillos en sus diferentes barrios encienden luminarias en torno a las cuales disfrutan de unas horas de hermanamiento hasta bien entrada la madrugada, donde comparten todo tipo de viandas, desde las tradicionales migas hasta los productos de la matanza tan famosos en este lugar.

El día 19, la víspera de San Sebastián, se conoce como día de la “luminaria grande”. Se encienden de nuevo hogueras por la noche y se repite el mismo ritual que días antes. La peculiaridad de estas luminarias y lo que las hace diferentes de otras, es la presencia de unos personajes denominados “vaquilla” y “marraches”. Los mozos del pueblo se agrupan en cuadrillas y se encargan de visitar las hogueras gastando bromas a todos los presentes y sembrando el pánico de una manera especial entre las féminas a las que persiguen con la tradicional “corcha” quemada para tiznarlas la cara. El atuendo de la vaquilla consiste en un cesto de mimbre sobre el que se coloca una cornamenta de vaca, de ahí su nombre; se viste con una falda vieja o con un saco de arpillera ceñido con una pita a la cintura, y porta cencerros con los que avisa de su presencia en la fría noche de enero. Antiguamente la vaquilla saltaba por encima de las llamas de la luminaria. El atuendo de los marraches se confecciona a base de ropas viejas, especialmente blusas, y la peculiaridad de estos personajes es que se tiznan la cara con la corcha que previamente han quemado a la lumbre y que después emplearán para tiznar a las mozas. Los mayores del pueblo recuerdan como los marraches salían días antes de la festividad a los caminos de acceso al pueblo, para esperar a las gentes que venían de la recogida de la aceituna y tiznarles la cara. Nos encontramos una vez más, al igual que en otras mascaradas de invierno, con unos personajes estrechamente relacionados con el mundo ganadero, tan importante en este pueblo, y que ha sido su motor económico durante siglos. Se trata de un ritual que se realiza como ya hemos visto en otras de estas celebraciones, para asegurar el buen funcionamiento de la comunidad durante el resto del año, y además con un claro sentido fertilizador para la mujer por la presencia de las cenizas, símbolo de fertilidad en las culturas antiguas. En la figura de las vaquillas encontramos también ese recuerdo a las fiestas romanas dedicadas al dios Jano en las que tienen su origen, y en las que los hombres se disfrazaban de “cervulus” y vitula”, es decir, de ciervo y de vaquilla. También en los marraches adivinamos ese origen pagano referente a las Kalendae Ianuariae, en el hecho de arremeter contra las mujeres, en este caso tiznándolas la cara. La presencia de los cencerros que porta la vaquilla, vendría a significar la expulsión de los malos espíritus de la comunidad por medio de su sonido. En esta fiesta, aunque coincide con la celebración de San Sebastián, no se ha unido esta parte profana a la religiosa como ocurrió en otras que hoy se celebran. Estos personajes sólo aparecen la noche de la víspera del santo, no le acompañan en la procesión como es el caso de otras mascaradas, como por ejemplo “Los Perros de San Sebastián” de la vecina Santa Ana de Pusa, o la “cuadrilla de la Vaca” de San Pablo de los Montes, entre otros. Su fin principal es amenizar la noche a través de sus chanzas y persecuciones, amén del trasfondo del propio ritual.
La "Luminaria grande" en la Calle Ancha

El 20 de enero es el día grande de estas fiestas en el que se honra de una manera especial a San Sebastián. Tras la misa que tiene lugar por la mañana, el santo sale en procesión a recorrer las calles del pueblo, adornado con una gran rama de naranjo. La peculiaridad de esta procesión es la presencia en ella de gran cantidad de caballos y jinetes que caminan durante todo el recorrido de frente al santo sin darle la espalda. Se trata de un acto muy emotivo y vistoso en el que los caballos lucen sus mejores galas. Es también tradición colocar grandes roscas de pan a los pies de San Sebastián, que al finalizar la procesión serán bendecidas. Cuando el santo ha vuelto de nuevo a la iglesia, la hermandad reparte en el portalillo del templo pequeñas roscas de pan que los devotos llevan a sus casas para recibir la protección de San Sebastián. Me cuentan que antiguamente se guardaban las roscas en el arca para que el santo intercediera para que no faltara el pan durante el año. En la actualidad hay personas que aún mantienen esta práctica.

También me cuentan que antaño en este día se celebraban carreras de caballos. Esta tradición no ha llegado hasta nuestros días, tan solo queda su recuerdo plasmado en el nombre de una calle del pueblo que se llama “Carrera de los Caballos”, que es donde tenían lugar.

Quiero dedicar esta entrada al pueblo de Los Navalucillos, donde no nací pero sí me casé; pueblo acogedor donde los haya, de gente muy “campechana” y hospitalaria. En especial a mi familia, a mi mujer -“chacha” como la que más-, y al abuelo Fortu, por su envidiable sabiduría, y por su prodigiosa memoria. Agradezco también la colaboración de Juanjo Herencias y Antonio Illán, que me han aportado información acerca de la tradición.

Jinetes y sus caballos encabezan la procesión
 
El dibujo que se adjunta de la recreación del “marrache” y “la vaquilla” ha sido realizado por el autor de este blog.

Los caballos de frente a San Sebastián

 *Todos los textos, así como las fotografías y los archivos de vídeo son propiedad del autor.

martes, 21 de enero de 2014

LA FIESTA DE “LA VAQUILLA DE SAN SEBASTIÁN” DE FRESNEDILLAS DE LA OLIVA


En torno a la festividad de San Sebastián, que se celebra el 20 de enero, son muchos los lugares de la Península que celebran ancestrales ritos de invierno que perviven a pesar del paso de los siglos. Es el caso de la localidad madrileña de Fresnedillas de la Oliva, que cada año cumple con su tradición de mayor arraigo y que es el tesoro cultural más preciado de este pueblo de la sierra oeste madrileña. Se trata de la fiesta de “La Vaquilla” que se ha venido festejando desde hace varios siglos sin tener datos exactos de cuándo comenzó a celebrarse. Lo que sí está claro es que, una vez más, nos encontramos ante una fiesta de orígenes paganos que ante la llegada del cristianismo debió adaptarse a las exigencias de la nueva religión. Todas estas mascaradas de tintes carnavalescos, siguen un mismo esquema y presentan personajes similares, y a veces nomenclaturas comunes. En España existen varias de estas fiestas donde encontramos la figura de la “vaca”, “vaquilla”, “vaca bayona”, “talanqueira”, “barrosa”, “vaquillones”… Todas vienen a representar lo mismo y son reminiscencia de las celebraciones del mundo romano, en este caso de las Kalendae Ianuariae, que no sólo se adscribieron al principio del mes de enero sino que acabaron prolongándose hasta carnaval. Ya hemos visto esta relación con las celebraciones del mundo romano en la explicación de otras fiestas, en las que los hombres se disfrazaban con cornamentas, había “inversión de papeles”... También esta representación puede hacer alusión al antiguo culto a los animales, y por añadido hacer referencia al mundo pastoril y ganadero; y por otro lado servir según nos dice Julio Caro Baroja para “asegurar durante el año la buena marcha del grupo social” a través de la expulsión de malos augurios, la recreación de los trabajos propios de la comunidad, la alusión a los animales propios del lugar… También en estas fiestas encontramos la presencia común de la “hilandera”, “filandorra”, “guarrona”, “madre cochina”… que siempre va acompañada por otro personaje que toma diferentes nombres dependiendo del lugar: “escribano”, “vaquero”… y que forman una pareja de carácter jocoso cuyo cometido es la burla mediante la inversión de géneros. Junto a estos personajes aparecen otros que componen el resto del grupo y que por lo general portan grandes cencerros, gandarras o zumbas, cuya finalidad por lo general es alejar el mal de la comunidad.

Esta de Fresnedillas de la Oliva es una joya del patrimonio inmaterial de nuestro país, una auténtica maravilla para los sentidos. Se celebra en honor al mártir San Sebastián, y aúna fe, devoción y respeto hacia las tradiciones heredadas de sus mayores. La fiesta se estructura en tres días cuyo eje principal es el propio día 20 de enero, momento álgido de la celebración. Desde después de Reyes, los niños de Fresnedillas salen cada día a recorrer las calles con pequeños cencerros anunciando la proximidad de la fiesta, y encendiendo una hoguera cada tarde. El día 19 de enero, víspera del día grande, estos niños son protagonistas de la jornada y representan el futuro de la tradición. El día 20 se reserva a los mozos solteros, y el 21 a los casados. Se trata de una fiesta de gran colorido y vistosidad, tanto por las vestimentas y aderezos que portan los protagonistas como por la cantidad de ritos que se llevan a cabo.

Los personajes que intervienen en esta fiesta son: la vaquilla, que se trata de un armazón de madera recubierto de arpillera y adornado con una escarapela, en cuyos extremos lleva una cornamenta y una cola de vaca con cintas de colores. La porta una joven que lleva un pañuelo anudado al cuello, y es la que se encarga de envestir al alcalde y al alguacil. El alcalde y el alguacil, que representan las autoridades de la fiesta. Visten traje de chaqueta con corbata y poseen distintivos que los diferencian. El alcalde porta una vara decorada con una cinta enrollada en toda su longitud, y que va rematada con un ramillete de flores adornado con cintas y una campanilla. El alguacil lleva una banda de color rosa, azul y blanco cruzada sobre el pecho. Ambos portan unas de las piezas más representativas de la fiesta: los sombreros profusamente decorados con cintas, abalorios, flores, broches y collares de perlas que las mujeres de Fresnedillas elaboran con gran maestría. Me cuenta una joven del pueblo que estos sombreros llegan a valorarse en cientos de euros por lo laboriosa que resulta su confección. Ambos personajes portan además un manojo de cintas de colores que sobresalen de uno de los bolsillos del pantalón. La otra pareja protagonista de la fiesta son el escribano y la hilandera, ambos visten de manera grotesca, y se encargan de poner el punto humorístico a la celebración. Su principal cometido es hacer cuestación, especialmente entre los forasteros a los que acometen con un tradicional dicho que en mi estancia en Fresnedillas tuve el privilegio de escuchar de boca de la hilandera o “guarrona”, y que dice así: “el veinte de enero espantó la vaca el forastero, ¿y sabe usted dónde fue a parar? A la huerta del tío (nombre). Allí destrozó patatas, pimientos, judías… Los daños causados ascienden a (cantidad de dinero) ¡Que pague el forastero!”. La hilandera es un hombre vestido de mujer de manera muy llamativa y exagerada. Por otro lado están los judíos, con un número indeterminado, que visten monos floreados de alegres colores y que portan dos grandes zumbas o cencerros ceñidos a la cintura. Llevan cruzada una honda que restallan en la plaza contra el suelo mientras la vaquilla intenta pillar al alcalde y al alguacil, un pañuelo al cuello y gorro militar que hace referencia a la pertenencia de San Sebastián a la milicia romana. Para acceder al cargo de vaquilla, alcalde, alguacil, escribano e hilandera, los mozos han debido ser judíos durante varios años. Estos cinco cargos reciben el nombre de “los de la fiesta”.

La noche de la víspera, cuando el reloj ha marcado las doce, los mozos llenan Fresnedillas con el estruendoso sonido de las zumbas. Es entonces cuando se disponen a trasladar un carro hasta la plaza, que será centro de muchos de los momentos que se sucederán el día de San Sebastián. Hasta bien entrada la madrugada hacen sonar los cencerros por las calles, acción que repetirán a la mañana siguiente hasta que la vaquilla sea encerrada de nuevo para más tarde salir en busca de “los de la fiesta” (alguacil, alcalde, hilandera y escribano). Reunidos todos los mozos en la plaza, se ayudan del carro para colocarse las pesadas zumbas y comenzar el recorrido. Tras varias vueltas a la plaza ejecutan una apresurada carrera y después se dirigen hacia las casas del alguacil y el alcalde respectivamente. De nuevo se dirigen a la plaza donde les esperan la hilandera y el escribano. Cuando están todos reunidos marchan hacia la iglesia a la que rodean a la carrera para quitarse las zumbas y entrar en misa. Es en este instante cuando tiene lugar otro de los rituales más emotivos de la fiesta: la vaquilla se queda fuera y los judíos se quitan los cencerros y se envuelven en mantas en señal de respeto para entrar en la iglesia. Antes piden al alcalde la moneda que entregarán durante el ofertorio. Encabezan la comitiva el alcalde y el alguacil, seguidos de los judíos, la guarrona y el escribano, y la vaquilla. Se colocan todos en dos filas en el pasillo central de la iglesia en el referido orden, y durante toda la celebración han de permanecer de pie y en silencio bajo pena de multa si no cumplen con tal obligación. Otro momento de gran emotividad es el ofertorio. A los pies del altar se sitúa una mujer de Fresnedillas con un cestillo, y el sacerdote con su estola. La tradición manda que alcalde y alguacil, judíos, hilandera y escribano, y por último la vaquilla, deben avanzar de uno en uno hasta el altar portando la moneda en la boca para arrojarla en el cestillo y besar la estola del señor cura. Tras esto, volverá cada uno a su posición frente al santo sin darle la espalda. Acabada la misa la vaquilla y los judíos se apresuran a salir y colocarse el armazón que representa a la vaquilla y los cencerros para de nuevo rodear la iglesia a la carrera. La imagen de San Sebastián engalanada con un ramo de olivo del que cuelgan cintas de colores, mandarinas, rosquillas y campanillas, sale del templo y espera en la puerta. La vaquilla y los judíos corren de frente al santo y al llegar ante él se postran de rodillas y el mozo que porta la vaquilla grita un ¡viva San Sebastián! Al que responden todos. Este hecho de avanzar en contra de la procesión, tomaría el sentido que encontramos en otras fiestas y que no es otro que la reminiscencia del origen pagano del rito que intenta imponerse sobre su sacralización pero que al llegar ante el santo caen todos rendidos porque la devoción hacia él puede por encima de todo. En este momento da comienzo la procesión en la que el alcalde y el alguacil y la hilandera y el escribano caminan detrás de la imagen, mientras que los judíos y la vaquilla van delante del santo haciendo sonar sus cencerros y ejecutando una serie de movimientos que evolucionan acercándose y alejándose de la imagen de San Sebastián. Antes de llegar a la plaza llevan a cabo una carrera y al llegar a la misma vuelven a repetirla para volver de nuevo a postrase ante el santo y gritar una vez más el tradicional viva a San Sebastián. Continúa la procesión y próximos ya a la iglesia los judíos la rodean a la carrera por tercera vez y cuando el santo está a las puertas vuelven a arrodillarse ante él gritando el último de los vivas. Acabados los cultos religiosos la fiesta continua en la plaza. Los judíos la rodean haciendo sonar sus cencerros y restallando sus hondas contra el suelo. Mientras tanto la vaquilla hace de las suyas arremetiendo contra el alcalde y el alguacil, que es lo que se conoce como “darles multas”. Cuando la vaquilla alcanza a alguno de ellos, los judíos lanzan sus gorras al aire. A las dos en punto de la tarde finalizan los actos matinales para ir a comer; marchan en parejas a la casa de uno de los dos y en la cena será a la inversa. Por la tarde tiene lugar otro de los actos principales de la fiesta que pone punto y final a la celebración; los judíos vuelven a rodear varias veces la plaza haciendo sonar las zumbas mientras la vaquilla intenta dar multas al alcalde y al alguacil. Tras esto, el alguacil ata con una cuerda a la vaquilla que tras un disparo se escapa. De nuevo en la plaza, una persona del pueblo se sube al carro y recita poesías alusivas a los acontecimientos graciosos que han tenido lugar durante el año. Acto seguido y mediante un nuevo disparo, la vaquilla muere y los judíos se dirigen a beber la sangre de la misma, representada con vino, que la guarrona y el escribano han colocado bajo el carro.
Me comentaba una vecina de Fresnedillas que el sábado posterior a la fiesta se reunen a comer todos los miembros de "la vaquilla". Esta debe permanecer todo el tiempo de pie y come de los platos de los judíos. El alcalde y el alguacil imponen su autoridad y mediante un trozo de pan que colocan en el plato o el vaso, deciden si el resto debe comer o por el contrario parar. El escribano estará atento para que si alguien se salta lo ordenado, pague multa. Las multas se pagan en dinero, el escribano hace al final recuento y ajuste de las cuentas.

De esta manera finaliza la fiesta más grande para el pueblo de Fresnedillas, pueblo que ha sabido conservar el sabor de la tradición y que se ha ganado el reconocimiento de todo el que visita la fiesta. Para mí fue un verdadero lujo el poder presenciar la fiesta en estado puro, a pie de calle y con la oportunidad de poder escuchar el testimonio de algunos de los vecinos de Fresnedillas, en este caso vecinas, que al hablar de su tradición se mostraban orgullosas y no es para menos. Una fiesta que desde aquí invito a conocer a todos los amantes de las tradiciones.

Fuente consultada: VV.AA., "Fiesta de la Vaquilla en honor a San Sebastián". Libro editado por el Excmo. Ayto. de Fresnedillas de la Oliva (Madrid) en 2008.

*Todos los textos, así como las imágenes y los archivos de vídeo son propiedad del autor.
Las enormes zumbas que portan los judíos

Escribano, Alcalde, Vaquilla, Alguacil e Hilandera

Detalle de la vara del Alcalde

Todos los miembros de la fiesta

Los judíos se cubren con las mantas para entrar a Misa

Ofrecen la moneda con la boca

Antes de volver a sus sitio besan la estola

Imagen de San Sebastián a quién se dedica esta fiesta

Momento de la procesión


Glorioso San Sebastián

La vaquilla llega a la iglesia tras la procesión

Una fiesta donde se estrechan lazos de amistad

Lazos fraternales en torno a la tradición

La vaquilla "dando multa" al alcalde

domingo, 19 de enero de 2014

“LOS PERROS DE SAN SEBASTIÁN” DE SANTA ANA DE PUSA

Cada domingo más próximo a la fiesta de San Sebastián, el pueblo de Santa Ana de Pusa en la provincia de Toledo, celebra una de sus más antiguas tradiciones. Se trata de la fiesta de “Los Perros de San Sebastián”, en la que se aúnan ritos de paso y ritos relacionados con la fertilidad de la mujer, todos en torno a la figura del mártir San Sebastián, con el que están íntimamente relacionados estos perros. Se trata de una fiesta sencilla, cargada de siglos de historia, en la que los protagonistas son los “perros”. Los personajes que componen el conjunto son: los perros, la vaca y la hilandera.

Dejando a un lado el probable origen pagano de estos personajes, que bien encajarían en la celebración de las Kalendae romanas, la figura de estos animales hace referencia a los perros que según la tradición, lamieron las heridas a San Sebastián para curarle tras haber sido asaeteado. Representaría por otro lado la presencia de los amigos del santo que le socorrieron en tan complicado trance. Vemos por tanto que se trata de unos personajes que encarnan la bondad, al contrario que los morraches de la cercana Malpica de Tajo, que hacen referencia a los amigos del santo que le condujeron al martirio. Por otro lado encontramos la figura de la “hilandera”, presente también en las Kalendae donde los hombres se disfrazaban de mujeres, que en su versión cristiana se refiere a Irene, la piadosa mujer que acogió a San Sebastián en su casa para curarle las heridas provocadas por las saetas, y que además en esta fiesta aporta un toque alegre y divertido. La “vaca”, tan presente en otras muchas festividades de esta índole,  haría referencia al culto a los animales en épocas pasadas, o incluso a las ya citadas kalendae romanas de enero, en las que los hombres salían disfrazados con pieles de animales y cuernos, burlándose y arremetiendo contra las mujeres. Como vemos, con esta fiesta puede ocurrir como con otras similares que se celebran en el ciclo de invierno, que tuvieron un origen pagano y acabaron sufriendo un sincretismo con la llegada del cristianismo, adaptándose a las fiestas de los santos de invierno, también conocidos como “santos viejos” o “santos frioleros”. Fueron tan importantes para la comunidad estas celebraciones, que no se consiguió acabar con ellas, perviviendo unidas al cristianismo que les confirió un nuevo sentido como acabamos de ver.

Los atuendos de los perros se componen de pieles de cabra que cubren el cuerpo de los mozos por delante y por detrás, así como la cabeza. Van atadas con cuerdas a la cintura, y por la parte trasera llevan colgando un cencerro que advierte de su presencia en el pueblo y que también podría hacer referencia a la expulsión de los malos espíritus. Se tiznan las caras de negro y llevan botas de vino llenas de agua para “mear” a las mozas. El atuendo de la vaca es el mismo que el de los perros pero se diferencia porque lleva además unos cuernos sobre la cabeza. El traje de la hilandera se compone de refajo, blusa, mandil, medias y alpargatas, y porta una cesta en la que va echando todo tipo de productos que recoge por las casas.

Decía al principio que esta fiesta reúne diferentes ritos que tienen su explicación. Por una parte se trata de un “rito de paso”, pues los protagonistas son los “quintos”, los que hasta hace varias décadas iban a marcharse al servicio militar. En la actualidad al no existir la mili, son los jóvenes que han alcanzado la mayoría de edad quienes encarnan estos personajes. Se trata de un rito en el que los jóvenes pasan a ser considerados adultos dentro de su comunidad, sería la línea divisoria entre dos grupos de edad. Por otro lado, y aunque sólo parezca un aspecto que aporta tintes divertidos y de broma, esta fiesta es todo un “rito de llamada a la fertilidad”. Los perros con sus botas de vino cargadas de agua “mean” a las mozas solteras del pueblo, acto que se relaciona con la fertilidad de la mujer, y que se realiza para que ésta sea fecunda en el momento de contraer matrimonio. También encontramos en esta fiesta la “inversión de papeles” al igual que en muchas otras, aspecto que aporta la hilandera, que se trata de un varón disfrazado de mujer. Estaría íntimamente relacionada esta figura con fiestas de tinte carnavalesco en las que se persigue la burla mediante esa inversión de papeles, donde los hombres se visten de mujeres y viceversa.

La fiesta se celebra el sábado y domingo más próximos al 20 de enero. El sábado de madrugada, los mozos se visten con los atuendos propios de la fiesta y comienzan a visitar las casas del pueblo para intimidar a las mozas con las “meadas”, y para que la hilandera haga acopio de todo tipo de productos que roba y guarda en su cesta, aportando así a la fiesta un toque picaresco. Las muchachas jóvenes temen la llegada de los perros que las empapan de agua, buscándolas por toda la casa si fuera preciso. El domingo por la mañana, antes de la misa, los perros siguen persiguiendo a las jóvenes por todas las calles del municipio haciendo sonar los cencerros. La fuente de la plaza les surte del agua necesaria para llevar a cabo su cometido. Las chicas corren despavoridas intentando huir de los perros, pero estos siempre consiguen alcanzarlas para darlas un buen remojón. A media mañana tiene lugar la celebración de la misa a la que asisten los perros y las “quintas”. Terminada la eucaristía tiene lugar la procesión con la imagen de San Sebastián que es portada por ellos. El santo va ornamentado con una rama de olivo que hace referencia al árbol en que San Sebastián fue martirizado, y que en otros sitios se trata de un naranjo, un laurel, un pino o incluso un madroño. De esta rama penden mandarinas, rosquillas, bombones y caramelos. La procesión da la vuelta a la iglesia y la plaza, y al llegar a las puertas del templo, se quita la rama del santo cuajada de presentes, y los devotos hacen todo lo posible por conseguirlos y por coger un trozo de la rama que guardan en sus casas. Finalizados los actos religiosos, los “perros de San Sebastián” siguen haciendo de las suyas en la plaza, “meando” sin cesar a las chicas que incluso acaban metidas dentro de la fuente.

Y como en cualquier celebración que se precie, no podían faltar los dulces típicos. Es tradición en esta fiesta que las madres de los quintos elaboren el tradicional “hornazo” que se ofrece al santo. Se trata de una rosca recubierta de motivos decorativos realizados con clara de huevo, y decorada con dulces.
El tradicional "Hornazo"

Imagen de San Sebastián

Los perros portan la imagen del santo

Los perros llenan sus botas con el agua de la fuente

"Meando" a las mozas

Los perros echan a las mozas a la fuente

*Todos los textos, así como las fotografías y los archivos de vídeo son propiedad del autor.

sábado, 18 de enero de 2014

LA FIESTA DE SAN ANTÓN Y SUS 33 COFRADES

El "guarrito de San Antón"
Cada 17 de enero, pocos pueblos hay en nuestro país que no celebren la fiesta de San Antonio Abad, más conocido como San Antón. Fiesta por antonomasia dedicada a los animales, por ser el santo anacoreta protector de los mismos por los muchos milagros que obró en vida. Rituales muy diversos se extienden a lo largo y ancho de nuestra geografía, con el fuego como protagonista en la mayoría, en este caso tomando un sentido protector para los animales. Ritos todos relacionados con la protección de estos, que antaño adquirían una especial relevancia por ser las bestias medio de trabajo y de sustento para la mayoría de las familias españolas. Necesitaban esa bendición de San Antón para que sus animales viviesen sanos durante todo el año y pudieran ser medio para obtener el sustento. En la actualidad la fiesta no es menos importante, pero ahora proliferan animales domésticos de toda índole, y adquieren también una cierta importancia los niños, que participan en la fiesta de manera especial acompañados de sus mascotas. Es costumbre también en muchos lugares que se bendigan roscas y panecillos del santo que se dan a comer a los animales para que queden protegidos durante todo el año.

Si nos pusiéramos a enumerar la cantidad de lugares que celebran esta fiesta podríamos estar días enteros, atendiendo a la peculiaridad de cada uno. Pero hoy me quedaré nuevamente en la provincia de Toledo, en concreto en las localidades de Santa Olalla y Gerindote, donde la celebración de San Antón reúne una serie de particularidades, ligadas en todo momento a las cofradías del santo.

Panecilllos de San Antón de La Puebla de Montalbán
Ambos lugares cuentan con su cofradía de San Antonio Abad, y el punto común de ambas es que están compuestas de manera exclusiva por 33 varones. Como vemos, entran en juego los números, unidos siempre a un trasfondo. En este caso, hacen referencia a la edad de Cristo. Encontramos este tipo de cofradías en otros lugares, dedicadas generalmente al Santísimo Sacramento y a otros santos, como es el caso de la Cofradía de San Blas de la cercana localidad de Domingo Pérez. Como veremos a continuación, estas dos cofradías se fundan  hace varios siglos, y ocupan un lugar importante en sus respectivas localidades, pues cumplen con antiguas tradiciones que se han mantenido con el paso del tiempo, variando muy poco en sus formas.

San Antón. Santa Olalla
La Cofradía de San Antón y Corpus Christi del pueblo de Santa Olalla, la funda en el siglo XVI el Conde de Orgaz, que se había convertido en protector del Hospital de San Antonio Abad. En el siglo XVIII se fusiona con la Sacramental, de ahí que en la actualidad la Cofradía lleve el nombre de ambas. Está compuesta por 33 cofrades varones, que se pasan el cargo de generación en generación. Cuando un cofrade fallece, su puesto pasa a uno de sus hijos varones, en caso de no tener descendencia, se presenta un nuevo candidato que es elegido por el resto. Además de organizar la festividad de San Antón, los 33 cofrades participan en el lavatorio de pies de los Santos Oficios del Jueves Santo. Hay uno encargado de la cera que porta un cesta donde lleva las velas que entrega al resto y que al final de las celebraciones recoge. A los cultos que la cofradía dedica a sus titulares deben asistir los 33 bajo pena de multa. Me cuentan que antaño la multa se pagaba en cera, siendo el pago en la actualidad en dinero. La fiesta comienza la tarde del 16 de enero, cuando los 33 cofrades han de asistir al traslado de la imagen de San Antón desde su sede que es la iglesia de San Julián, hasta la parroquial de San Pedro Apóstol. El día 17, fiesta grande, tienen lugar la celebración de la santa misa y la procesión alrededor del templo de San Pedro, a la que acuden los niños y niñas de Santa Olalla. Ya el día 18 tiene lugar la misa por los cofrades difuntos y el traslado de San Antón de nuevo a su sede. Allí tiene lugar el Cabildo de la Cofradía, y es en este día cuando, si se precisa, se elige nuevo cofrade. Se lleva a cabo mediante un sistema de bolas que antes eran de madera y en la actualidad de plástico. A cada cofrade le corresponden dos bolas, una blanca y una negra. Si se está de acuerdo con el nuevo candidato, la bola que se echará a la bolsa será blanca, si es lo contrario será negra. Si salen blancas, el candidato será admitido como nuevo cofrade y jurará las reglas de la cofradía el día del Corpus Christi en el altar mayor de la iglesia de San Julián.

Rosca de San Antón. Torrijos
En el caso de Gerindote, la Cofradía de San Antonio Abad se funda en el año 1860, formada por un número cerrado de 33 varones. A estos 33 cofrades se unen dos hermanos denominados “recaderos”, que serán los siguientes en formar parte del colegio de hermanos de San Antón cuando se produzca alguna baja. Cada año se cambia de hermanos mayores, siguiendo orden de lista, siendo estos los encargados de custodiar y portar durante todo el año el cetro y el estandarte. Por la gran tradición que tiene la hermandad en Gerindote, hay lista de espera para poder pertenecer a la misma en caso de que uno de los hermanos fallecidos no cuente con descendencia para ocupar el cargo. Al igual que en Santa Olalla, el puesto se mantiene de generación en generación. El 17 de enero, tiene lugar la misa por los hermanos difuntos y la cena de las tradicionales migas de los 33 hermanos. El domingo siguiente al 17 tiene lugar la fiesta grande de la hermandad. Por la mañana los hermanos se juntan para desayunar chocolate con churros, y asistir posteriormente a la celebración de la santa misa. Tras ésta tiene lugar la procesión de San Antón y la bendición de animales y roscas del santo. Estas roscas de pan con anises que se han bendecido ante la imagen del santo, son compradas posteriormente por los devotos para dárselas a los animales y que queden protegidos por su patrón durante todo el año. Antaño era costumbre que la hermandad comprase un cerdo que el pueblo alimentaba durante todo el año y que se rifaba el día de San Antón. En Gerindote se conocía con el cariñoso nombre de “guarrantón”, y el animal recibía los cuidados y la estima de los vecinos que le alimentaban allí por donde pasaba. Esta bonita tradición se ha perdido, y en la actualidad se sigue rifando el cerdo pero sin estar durante todo el año merodeando por las calles de Gerindote. Para finalizar la jornada festiva los 33 hermanos de San Antón se reúnen para compartir la comida de hermandad.

Agradezco la colaboración de Josué López y Satur Martín, que me han informado acerca de estas dos tradiciones de sus respectivos pueblos.

*Todos los textos, así como las fotografías y archivos de vídeo son propiedad del autor.