Enclavado
en los Montes de Toledo y perteneciente a la Comarca de La Jara, se encuentra
Los Navalucillos, precioso pueblo que cada 20 de enero festeja a su patrón San
Sebastián. Se trata de una fiesta de invierno que comparte rasgos con otras que
se celebran en la zona, pues están presentes las luminarias, la aparición de
personajes grotescos que provocan el temor de propios y extraños, el reparto de
roscas… Veremos por partes los diferentes momentos de que se compone esta
celebración.
La
fiesta se inicia el 16 de enero, víspera de San Antón, día en que se encienden
las primeras hogueras en diferentes puntos del pueblo, y que se conoce como día
de “la luminaria chica”. Los vecinos
de Los Navalucillos en sus diferentes barrios encienden luminarias en torno a
las cuales disfrutan de unas horas de hermanamiento hasta bien entrada la
madrugada, donde comparten todo tipo de viandas, desde las tradicionales migas
hasta los productos de la matanza tan famosos en este lugar.
El
día 19, la víspera de San Sebastián, se conoce como día de la “luminaria grande”. Se encienden de nuevo
hogueras por la noche y se repite el mismo ritual que días antes. La peculiaridad
de estas luminarias y lo que las hace diferentes de otras, es la presencia de
unos personajes denominados “vaquilla”
y “marraches”. Los mozos del pueblo
se agrupan en cuadrillas y se encargan de visitar las hogueras gastando bromas
a todos los presentes y sembrando el pánico de una manera especial entre las
féminas a las que persiguen con la tradicional “corcha” quemada para tiznarlas la cara. El atuendo de la vaquilla consiste en un cesto de mimbre
sobre el que se coloca una cornamenta de vaca, de ahí su nombre; se viste con
una falda vieja o con un saco de arpillera ceñido con una pita a la cintura, y
porta cencerros con los que avisa de su presencia en la fría noche de enero. Antiguamente
la vaquilla saltaba por encima de las
llamas de la luminaria. El atuendo de los marraches
se confecciona a base de ropas viejas, especialmente blusas, y la peculiaridad
de estos personajes es que se tiznan la cara con la corcha que previamente han quemado a la lumbre y que después emplearán
para tiznar a las mozas. Los mayores del pueblo recuerdan como los marraches salían días antes de la
festividad a los caminos de acceso al pueblo, para esperar a las gentes que
venían de la recogida de la aceituna y tiznarles la cara. Nos encontramos una
vez más, al igual que en otras mascaradas de invierno, con unos personajes
estrechamente relacionados con el mundo ganadero, tan importante en este pueblo,
y que ha sido su motor económico durante siglos. Se trata de un ritual que se
realiza como ya hemos visto en otras de estas celebraciones, para asegurar el
buen funcionamiento de la comunidad durante el resto del año, y además con un
claro sentido fertilizador para la mujer por la presencia de las cenizas,
símbolo de fertilidad en las culturas antiguas. En la figura de las vaquillas encontramos también ese
recuerdo a las fiestas romanas dedicadas al dios Jano en las que tienen su
origen, y en las que los hombres se disfrazaban de “cervulus” y vitula”, es
decir, de ciervo y de vaquilla. También en los marraches adivinamos ese origen pagano referente a las Kalendae Ianuariae, en el hecho de
arremeter contra las mujeres, en este caso tiznándolas la cara. La presencia de
los cencerros que porta la vaquilla, vendría a significar la expulsión de los
malos espíritus de la comunidad por medio de su sonido. En esta fiesta, aunque
coincide con la celebración de San Sebastián, no se ha unido esta parte profana
a la religiosa como ocurrió en otras que hoy se celebran. Estos personajes sólo
aparecen la noche de la víspera del santo, no le acompañan en la procesión como
es el caso de otras mascaradas, como por ejemplo “Los Perros de San Sebastián” de la vecina Santa Ana de Pusa, o la “cuadrilla de la Vaca” de San Pablo de
los Montes, entre otros. Su fin principal es amenizar la noche a través de sus
chanzas y persecuciones, amén del trasfondo del propio ritual.
La "Luminaria grande" en la Calle Ancha |
El
20 de enero es el día grande de estas fiestas en el que se honra de una manera
especial a San Sebastián. Tras la misa que tiene lugar por la mañana, el santo
sale en procesión a recorrer las calles del pueblo, adornado con una gran rama
de naranjo. La peculiaridad de esta procesión es la presencia en ella de gran
cantidad de caballos y jinetes que caminan durante todo el recorrido de frente
al santo sin darle la espalda. Se trata de un acto muy emotivo y vistoso en el
que los caballos lucen sus mejores galas. Es también tradición colocar grandes
roscas de pan a los pies de San Sebastián, que al finalizar la procesión serán
bendecidas. Cuando el santo ha vuelto de nuevo a la iglesia, la hermandad
reparte en el portalillo del templo pequeñas roscas de pan que los devotos llevan
a sus casas para recibir la protección de San Sebastián. Me cuentan que
antiguamente se guardaban las roscas en el arca para que el santo intercediera
para que no faltara el pan durante el año. En la actualidad hay personas que
aún mantienen esta práctica.
También
me cuentan que antaño en este día se celebraban carreras de caballos. Esta
tradición no ha llegado hasta nuestros días, tan solo queda su recuerdo
plasmado en el nombre de una calle del pueblo que se llama “Carrera de los
Caballos”, que es donde tenían lugar.
Quiero
dedicar esta entrada al pueblo de Los Navalucillos, donde no nací pero sí me
casé; pueblo acogedor donde los haya, de gente muy “campechana” y hospitalaria.
En especial a mi familia, a mi mujer -“chacha”
como la que más-, y al abuelo Fortu, por su envidiable sabiduría, y por su
prodigiosa memoria. Agradezco también la colaboración de Juanjo Herencias y
Antonio Illán, que me han aportado información acerca de la tradición.
Jinetes y sus caballos encabezan la procesión |
El dibujo que se
adjunta de la recreación del “marrache” y “la vaquilla” ha sido realizado por
el autor de este blog.
Los caballos de frente a San Sebastián |
*Todos los textos, así como las fotografías y los archivos de vídeo son propiedad del autor.
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