Muchos son los lugares
que el 2 de febrero celebran la Candelaria, fiesta que rememora la Presentación
del Niño Jesús en el Templo y la Purificación de la Virgen, cumplidos 40 días
de haber dado a luz. Muchos son los ritos en torno a esta fiesta, relacionados
con el fuego especialmente, tomando un sentido purificador. También
tradicionalmente se dice que en este día el invierno comienza su final para dar
paso pronto a la primavera. Los ritos paganos se mezclan con los religiosos en
esta fiesta, y toman gran protagonismo las madres y sus hijos recién nacidos.
Es el caso del pueblo
toledano de Polán, que cada año celebra esta fiesta cargada de ritos y de
momentos significativos que la hacen sobresalir de otras que tienen lugar este
día en muchos lugares.
En Polán se dedica a la
Virgen de la Salud, imagen muy venerada por los polanecos a la que también
festejan en septiembre. La fiesta se inicia con la bendición de las velas por
parte del sacerdote que, tras la oración se dirige a la parte trasera de la
iglesia donde aguarda la Virgen, para encender las velas que la acompañan. La
imagen sale a recorrer las calles de Polán en procesión, escoltada por las
madres cuyos hijos han nacido en el último año. Las madres van con sus pequeños
y portan velas en sus manos que más tarde ofrecerán durante la misa; los padres
se encargan de llevar las andas de la Virgen. El trono en el que va colocada la
imagen va adornado con pequeñas campanillas y cascabeles que no paran de sonar.
La procesión vuelve a la iglesia y se coloca a la Virgen en la parte trasera de
nuevo para dar comienzo a un rito muy curioso que recuerda el trayecto que tuvo
que hacer la Virgen hasta llegar al Templo para presentar a su Hijo. Los padres
cogen las andas y a lo largo del espacio que une el final de la iglesia con el
altar mayor hacen tres genuflexiones con la Virgen, como símbolo del respeto
con que María acudió a presentar al Niño. Cuando la imagen hace la última
genuflexión, un miembro de la cofradía hace entrega al señor cura de una gran
rosca dulce adornada con cintas de colores, y un par de pichones que lleva a
los pies en recuerdo de los que entregaron San José y la Virgen.
La Virgen retorna a su
sitio sin dar la espalda al altar, realizando de nuevo las tres genuflexiones,
para dar paso acto seguido a las madres y padres que se acercan hasta el altar
para hacer entrega del cirio y para que sus hijos reciban la bendición del
sacerdote y sean ofrecidos. Al final de la misa se hace entrega a todas las
madres de una pequeña rosca dulce y una estampita de la Virgen.
Tras los actos
religiosos la fiesta continúa “encá
Lagarto”, una casa del pueblo a la que se dirigen los polanecos para
participar en la rifa de las típicas roscas. El juego se dispone en varias
mesas que se colocan en el patio, sobre las que se sitúan tableros con cartas
de la baraja española. Se trata de un juego muy extendido en toda la zona
circundante a Toledo, siendo muy frecuentes en sus tradicionales romerías,
donde reciben el nombre de “quínolas”.
Quienes participan hacen entrega de una cantidad determinada de dinero, lo que
da derecho a elegir cuatro cartas que se señalan con una tablilla de madera.
Cuando se han vendido todas, un miembro de la hermandad escoge una mano
inocente para que saque de la bolsa una carta. Quien posee la carta que ha
salido de la bolsa, es quien se lleva la rosca. Estas roscas son típicas de
esta fiesta y llevan anises y azúcar.
Otro aspecto lúdico de
la fiesta que se perdió hace varias décadas es la luminaria, que según me contaba mi informante se encendía en la
plaza en la noche de la víspera, y que dejó de hacerse allá por los años 30 ó
40 del siglo pasado.
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