En la Campiña Baja de Guadalajara se encuentra Valdenuño Fernández, un pequeño y acogedor pueblo que custodia con orgullo una antigua tradición que pierde sus orígenes en la noche de los tiempos. Cada mes de enero, el domingo después de Reyes -que a su vez coincide con la fiesta litúrgica del Bautismo del Señor-, la botarga y los danzantes toman sus calles para seguir sumando años e historia a esta festividad que ya cuenta con la declaración de "Fiesta de Interés Turístico Regional". La dedican al Santo Niño Perdido, imagen devocional que custodian en su bella iglesia parroquial, y los protagonistas son la botarga y los danzantes que, acompañados de un tamborilero, recorren las calles del pueblo durante toda la jornada como veremos más adelante.
La botarga viste pantalón y chaqueta confeccionados a base de retales de telas de vistosos colores; lleva albarcas en sus pies, correa con campanillas a la cintura, un gorro de lana de diferentes colores rematado con un borlón, y una careta o máscara que utiliza en algunos momentos de la fiesta. Lleva además unas grandes castañuelas de color rojo con las que golpea a vecinos y visitantes, así como una porra o cachiporra. Representa el mal y "lucha" contra el bien que está representado por los ocho danzantes. Este aspecto queda perfectamente reflejado en diferentes momentos de la fiesta en que la botarga entra en acción: durante la misa importunando a quienes con devoción acuden a besar el portapaz, lanzando las monedas recogidas en la colecta al suelo, durante la procesión cuando se tumba en el suelo para que la imagen del Santo Niño Perdido pase sobre él...
Los ocho danzantes y el tamborilero visten pantalón de pana y chaleco negros, camisa y medias blancas, faja roja y alpargatas de esparto atadas con cintas a las piernas. El chaleco en su parte posterior lleva bordadas unas hojas a cada lado. Portan largos palos de madera pintados de rojo, que emplean para las danzas de paloteo que interpretan, y que llevan sujetos a las muñecas con unas cintas del mismo color. Van acompañados por un tamborilero que marca el ritmo de la danza junto a la botarga que también golpea las castañuelas y la cachiporra con el mismo fin. Otros dos mozos les acompañan portando los palos de repuesto y la bolsa en la que por la mañana recogen los donativos.
La fiesta comienza en las primeras horas del domingo. La botarga y los danzantes recorren las casas del pueblo haciendo cuestación para sufragar los gastos de la celebración. Sus vecinos les reciben con mucho agrado y les agasajan con dulces, licores y otras viandas a cambio de los tradicionales paloteos que interpretan a los sones del tambor. Unas danzas muy curiosas y llamativas que se diferencian de otras que tienen lugar en otros puntos por el hecho de no llevar más acompañamiento musical que un tambor. A menudo la música que acompaña a esas otras danzas se interpreta con dulzaina y redoblante, instrumentos de cuerda y percusión, y otros de viento. Esta peculiaridad y la destreza y fuerza con que los danzantes las ejecutan, hacen que adquieran un marcado carácter guerrero que nos hace pensar en varias hipótesis para interpretar su origen.
A media mañana tiene lugar la misa y los danzantes al término de la misma vuelven a danzar en el interior del templo y en la plaza de la iglesia. Resulta curioso observar como el suelo se llena de astillas y trozos de palo pintado de rojo, fruto de la fuerza con que los danzantes entrechocan sus palos a la hora de ejecutar las diferentes danzas, haciendo que a menudo se rompan. A medio día se retiran juntos a comer acompañados por las autoridades, y ya por la tarde, tiene lugar la procesión del Santo Niño. Ésta transcurre por la calle principal del pueblo y, en diferentes puntos, la botarga se tumba en el suelo para que la imagen del Niño Perdido pase sobre ella; una muestra clarísima de esa lucha del bien contra el mal a la que hacíamos referencia anteriormente. En la mitad de la procesión los danzantes ofrecen danzas de paloteo ante el Santo Niño, para acto seguido volver a la iglesia. De nuevo allí interpretan toda la muestra de danzas en el altar mayor. En primer lugar sale la botarga de la sacristía y hace tres genuflexiones ante la imagen del Niño Perdido, acto seguido sale el tamborilero que se sitúa en el centro detrás de la mesa del altar, y finalmente los danzantes que tras arrodillarse se dividen en dos grupos de cuatro. La botarga se encarga de darles las órdenes oportunas para que comiencen la danza, y les marca el ritmo con la castañuela y la cachiporra. Los últimos paloteos los ejecutan bajo las gradas del altar, y vuelven a la sacristía en el orden en que hicieron su aparición.
La fiesta termina en la plaza de la iglesia con la guerra de naranjas. Los danzantes desde un extremo de la misma lanzan estos frutos a la botarga que intenta defenderse parando los golpes con la cachiporra. Desde el otro extremo los más pequeños se afanan en coger las naranjas para lanzárselas también a la botarga. Al mismo tiempo ésta persigue a las chicas para mancharlas, llegando incluso a exprimirlas el zumo en el pelo. Podemos estar perfectamente ante un claro rito de propiciación de fertilidad, como ya hemos visto en otras botargas y mascaradas que se suceden en invierno a lo largo de la Península, en las que las naranjas adquieren este sentido.
FUENTE CONSULTADA: López de los Mozos, José Ramón, Fiestas tradicionales de Guadalajara. Aache, Guadalajara, 2000.
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