La
comarca de los Montes de Toledo es muy rica en tradiciones y folklore. Sus pueblos conservan fiestas dignas de estudio que con el paso del
tiempo han perdurado manteniendo la esencia de siglos pasados. Pero si hay una
fiesta que represente a todas ellas por su antigüedad e importancia, esa es la Fiesta de la Vaca,
que se celebra en San Pablo de los Montes cada 25 de enero, con motivo de la fiesta de la
Conversión de San Pablo Apóstol, su Patrón.
Como
toda mascarada de invierno, la Fiesta de la Vaca reúne una serie de peculiaridades
que ya hemos visto repetidas en otras que tienen lugar en esta época del ciclo
festivo. De orígenes lejanos, esta fiesta está protagonizada por unos
personajes que la dan sentido y forma, todos ellos haciendo alusión al entorno
pastoril y ganadero en que se encuentra enclavado este precioso pueblo. También
contamos con la presencia de la vaca,
la protagonista de la fiesta, y que hace referencia al antiguo culto que se
daba a este animal, sagrado para muchas culturas, y a la “vitula” de las Kalendae
romanas. La “inversión de géneros”, también
presente, aparece representada en el personaje de la “Madre Cochina”, que al igual que en otras de estas mascaradas de invierno, aporta el toque de humor y de burla (en la fiesta de la vaquilla de Fresnedillas de la Oliva recibe el nombre de “guarrona”, y en Santa
Ana de Pusa se denomina “hilandera”).
El “escobonero” podría representar al
que aleja el mal de la comunidad, pues con las escobas que lleva colgadas a la
espalda “barre”, elimina, el rastro que deja el forastero que podría
venir cargado de aspectos negativos y de malos augurios. Los demás quintos componen la
manada que acompaña a la vaca. Otros
participantes de la fiesta serían los forasteros, quienes tienen que aceptar de buena gana ser “corridos” por la vaca, y que pasan de la participación observante a ser también protagonistas activos del rito. Es el “peaje” que
deben pagar los no nacidos o que no residan en San Pablo, para ese día
integrarse en la comunidad y participar de la fiesta. En referencia a este
hecho, siempre he escuchado contar a mi abuela con mucha gracia que una amiga
suya se echó novio forastero, de un pueblo cercano, y que un día de la fiesta
los quintos quisieron “correrle” y se
negó. Ni corto ni perezoso se dirigió a las autoridades a exponer su protesta,
a lo que la autoridad le contestó que, o se dejaba “correr” por la vaca, o estaban en su
pleno derecho de echarle del pueblo. Vemos por tanto como se cumple uno de los
objetivos de este tipo de fiestas que, según indica el gran Julio Caro Baroja en su obra El Carnaval, era propiciar el orden
dentro de la comunidad para el resto del año, a través de una serie de papeles
o roles que protagonizan los de dentro y los de fuera. Además esta fiesta
supone (o supuso diríamos ahora) un importante rito de paso, el momento en que los jóvenes pasaban a formar parte
del grupo adulto de la población. Eran los quintos
quienes protagonizaban la fiesta y quienes encarnaban los papeles de la “ronda de la Vaca”. Tras haber cumplido
el servicio militar, cuando volvían licenciados, los mozos participaban en la
celebración. Así, al que le había tocado el destino más lejano, era el que
tenía el privilegio de ser el vaquero
y portar la vaca. El que le seguía en
lejanía representaba el papel de “Madre
Cochina”, otro el de “escobonero”,
y los demás representaban al resto de la ronda, los cencerreros. En la actualidad, desaparecido
el servicio militar, los quintos siguen siendo los protagonistas, manteniendo
esta tradición de siglos. Veremos ahora al detalle las características y
vestimentas de cada uno de los integrantes de la fiesta:
La
Vaca: la porta el vaquero,
que viste traje corto con chaquetilla, zahones, botas camperas y
sombrero de ala ancha. La vaca se
compone de un palo decorado con cintas de colores trenzadas entre sí, y
rematado con una cornamenta de vaca
adornada con flores de tela, cintas y espejos. En la parte posterior lleva
cintas de muchos colores, algunas con cascabeles, y una cola de pelo de animal
simulando la cola de la vaca.
La
Madre Cochina: se trata de un mozo disfrazado de
mujer (reminiscencia de las fiestas romanas en honor al dios Jano). Viste
refajo negro bordado con motivos florales, delantal, blusa y toquilla de lana.
Debajo del refajo lleva varias enaguas con los picos decorados, con los que
bromea con las mujeres enseñándoselos. El joven va maquillado y lleva peluca y
pendientes. Porta dos "palillos" que lanza -lanzaba- a los pies de las féminas para que
éstas saltasen y poderlas ver los picos. Con el paso del tiempo y los avances en
el modo de vestir de la mujer, esta tradición ha tenido que adaptarse a los
nuevos tiempos, y ahora en lugar de los picos, las mujeres enseñan alguna parte
de su ropa interior.
El
escobonero: mozo vestido al modo de los pastores
de antaño, con pantalón de pana, camisa, delanteras, leguis y albarcas. Porta a
la espalda el típico morral usado por los pastores, del que cuelgan escobas o
escobones de donde recibe su nombre. Lleva la cara tiznada y sobre su cabeza un sombrero o gorra.
El
resto de quintos que componen la “ronda de la vaca”, los "cencerreros": en la actualidad llevan un pantalón, por lo
general vaquero, una camisa blanca, y un pañuelo que suele ser rojo anudado al
cuello. Portan grandes cencerros unidos por una correa, que hacen sonar durante
los días que dura la celebración.
Dentro
de esta fiesta encontramos gran cantidad de ritos. Todo comienza días después
de la Navidad, antes de la festividad de San Sebastián, santo muy venerado en
San Pablo de los Montes por haber librado al pueblo de la peste y que en otro
tiempo tuvo ermita propia. Los quintos, acuden al ayuntamiento a “pedir la vaca” a las autoridades, esto
es, a pedir permiso para comenzar con los preparativos de la fiesta.
El
19 de enero, víspera de San Sebastián, tiene lugar la “reseña”. Los quintos haciendo sonar sus cencerros anuncian la
proximidad de la fiesta participando en la luminaria de San Sebastián que
enciende su Cofradía en un lugar previamente acordado. Los mozos saltan la
lumbre, siendo éste un importante rito purificador en torno al fuego cuyo
objetivo es ahuyentar los malos espíritus. El saltar y ahumarse es símbolo también
de protección para la persona que pasa sobre las llamas.
El
24 de enero, víspera de la Conversión de San Pablo, los quintos marchan a un
lugar conocido como “la Dehesa”, subidos en un gran remolque, para buscar la
leña con la que por la noche encenderán la luminaria. Vuelven todos subidos
sobre las ramas y las depositan en las cercanías del “Pilar”, conocida fuente
del pueblo, donde será encendida entrada la noche. De nuevo repetirán el rito
de la víspera de San Sebastián, saltando sobre las brasas y haciendo sonar los
cencerros. Durante esta noche, la “ronda
de la vaca” recorrerá las calles de San Pablo anunciando la fiesta.
El
25 de enero es el día grande, pues se celebra la fiesta de San Pablo Apóstol, y
es el momento en que la “ronda de la vaca”
adquiere el máximo protagonismo. En este día participan también los niños que
desde pequeños aprenden a cuidar la tradición, y los mayores que hace veinticinco años fueron quintos y protagonizaron la fiesta. Cerca de las doce del mediodía, tras haber recogido a cada uno de los miembros de la “ronda de la vaca”, esta se dirige a la plaza a esperar la salida de
la procesión. Aquí comienza uno de los ritos más significativos, cargado de un
gran simbolismo. Primero sale la imagen de San Sebastián, portada por sus
cofrades y que va engalanada con una rama de pino o madroño de la que cuelgan
gran cantidad de cintas de colores, rosquillas y mandarinas. Le sigue la imagen
del patrón San Pablo Apóstol. En tres puntos del recorrido de la procesión, la vaca y sus acompañantes realizan los
tradicionales “cortes” entre las
imágenes de los dos santos. En este rito cruzan por medio de la comitiva
haciendo sonar los cencerros. Es en este momento de la fiesta
donde encontramos perfectamente unidos el carácter pagano y el religioso de la
misma. Cortan el transcurso normal de la procesión simbolizando el
enfrentamiento entre lo sagrado, representado por los dos santos, y lo profano representado por la “ronda de la vaca”. Nos encontramos ante un rito pagano que, con la llegada del cristianismo, sufrió un claro sincretismo para evitar su desaparición. Después tiene lugar la misa en la que los componentes de la ronda no participan, pues han de
esconder a la “Madre Cochina” en
algún lugar del pueblo para que acto seguido, los casados, lleven a cabo su
búsqueda. La tradición manda que si estos la encuentran, serán los
encargados de “correr la vaca” a los
forasteros. Pero como es costumbre que sean los quintos los protagonistas y
quienes la corran, los casados no consiguen encontrarla. Finalizada la misa tiene lugar otro de los
momentos relevantes y curiosos de esta fiesta: la “tirada del palo”. El palo
es un gran tronco de árbol atado por sus dos extremos con grandes sogas. En un
lado se colocan los casados y en el otro los solteros. Ambos tiran con gran
fuerza para ver quién consigue arrebatar el palo a quién y sacarlo de la plaza.
El grupo que consiga arrastrarlo a mayor distancia será el ganador. Tras esto,
la vaca y su cuadrilla comienzan a
buscar forasteros por la plaza para “correrlos”.
Dos quintos llevan al forastero cogido por los brazos y, a la carrera, se dirigen
hacia la puerta del ayuntamiento perseguidos por la vaca que le intenta cornear, el resto de los quintos haciendo sonar
los cencerros, y el “escobonero” que
restalla su honda contra el suelo simulando que arrea a la manada. Al llegar al
ayuntamiento, se obsequia al forastero con tostones y limonada tras cumplir con
el rito. El negarse a cumplir puede ser tomado como una falta de respeto hacia
el pueblo o como un desprecio a la tradición. Con esto se pone broche a la que
quizá sea la fiesta más querida por los sampableños, y la que carga con más
siglos de historia y antigüedad.
No
puedo cerrar esta entrada sin dedicársela a una persona muy especial que nos
dejó hace muy poco: mi abuela Antonia, sampableña, que desde que tengo uso de
razón me ha hablado de las tradiciones de su pueblo haciendo que las quiera y
las respete como un sampableño más. Pues, no habiendo nacido en San Pablo de
los Montes, un trocito de mi corazón está allí, es el pueblo de mi familia y
un lugar al que siempre me gusta volver para cumplir con las tradiciones heredadas
de mis mayores. Gracias a todo lo que me contó mi abuela, me ha quedado un rico
legado que yo transmitiré a los míos, porque de esta manera es como no muere la
memoria colectiva de los pueblos.
Agradezco
la amabilidad de Alicia Benito, que me ha cedido la fotografía de la luminaria
de este año.
FUENTES CONSULTADAS:
- VV.AA., San Pablo de los Montes y su memoria colectiva. Artes Gráficas, S.A. Toledo, 2003.
- CARO BAROJA, J. El Carnaval. Alianza Editorial, 2006.
Imagen del Patrón San Pablo Apóstol |
Imagen de San Sebastián engalanada con la rama de pino |
La "ronda de la Vaca" llega a la plaza. 2013. |
La Vaca cortando la procesión. Año 2013 |
*Todos los textos, así como las imágenes y los archivos de vídeo son propiedad del autor.