El
20 de enero muchos pueblos y ciudades de España festejan a San Sebastián, santo
muy venerado por librar siglos atrás a muchas poblaciones de la peste. La
fiesta de este mártir viene asociada a muchos de los importantes ritos de
invierno que encontramos en el mes de enero. En su honor tienen lugar
manifestaciones diversas con un trasfondo muy singular, y con un origen
claramente pagano. Me detendré en una de las más conocidas y complejas de las
de este tipo, de las denominadas “máscaras
fustigadoras” de las que nos habla el insigne Caro Baroja en su obra El Carnaval, y que podríamos
emparejar por la cantidad de rasgos comunes con otras mascaradas de la Península Ibérica. Estos personajes visten un atuendo
cargado de similitudes en todos los lugares en que protagonizan estos ritos, y el papel
que desempeñan es el de realizar cuestaciones entre los vecinos, mantener el
orden dentro de la comunidad, llamar a la fertilidad, al despertar de la naturaleza… La mascarada de la que vamos a hablar es la de los “Morraches”, de la localidad toledana de
Malpica de Tajo.
Este
pueblo a orillas del río que le da su sobrenombre, celebra cada mes de enero
las fiestas de su Patrón San Sebastián. En estas celebraciones los principales
protagonistas son los morraches, personajes
grotescos que encarnan el pecado frente a la pureza del mártir San Sebastián en su versión cristianizada.
Se trata de una botarga colectiva, compuesta antaño por los quintos de la
localidad, y en la actualidad por todo malpiqueño o malpiqueña que así lo desee. Estos personajes confieren a la fiesta un
importante abanico de significados, en los que se dejan entrever ritos de
origen pagano que adquirieron tintes sagrados con la llegada del cristianismo, momento en que sufrieron un importante sincretismo.
El
origen de esta fiesta se pierde en la noche de los tiempos. En un primer
momento probablemente se trató de un rito de llamada a la fertilidad de la
tierra, de llamada a la estación primaveral, así como un rito para expulsar los
malos espíritus en el comienzo del año. Lo vemos claramente en el atuendo que
visten los morraches, y en los
elementos que lo componen, con un profundo significado. El traje es una especie de mono que alterna los colores rojo, verde y amarillo. La profesora y etnógrafa Consolación González Casarrubios, en su obra Las Fiestas Populares de Castilla-La Mancha, nos acerca a una hipótesis del por qué de estos colores. El rojo
podría hacer referencia a la sangre y por ende a la vida que brota con la
llegada del buen tiempo cuando han quedado atrás los rigores del invierno; el
verde haría referencia al florecimiento de la naturaleza, al brote de la vida
en el reino vegetal; y el amarillo al Sol, al astro que propicia las buenas
cosechas. Como vemos se trata de un ciclo en el que los tres colores están
estrechamente ligados, una llamada a la fertilidad: siembra, fruto y
recolección. El traje se compone de una capucha rematada por tres cintas de los
colores anteriormente señalados, y lleva cosidos cuatro corazones, dos en el
pecho y otros dos en la espalda, que hacen referencia, ya en su parte
sacralizada, a la devoción hacia San Sebastián. Componen el atuendo dos
cencerros o “gandarras” de gran
tamaño que se cuelgan en la cintura por la parte trasera, la porra, y la
máscara que en la actualidad es diferente en cada uno de los morraches y que en otros tiempos
seguramente se confeccionaba con madera, corcho, cuero u otras pieles de
animales como muchas otras máscaras de otros lugares. La finalidad de los
cencerros sería ahuyentar los malos espíritus con el estruendo provocado al
hacerlos sonar; la comunidad en este principio del año se vería libre de la
llegada de malos augurios a través de este ritual. Las porras se podrían tomar
como elementos fustigadores o amenazantes, y podrían estar relacionadas con las Lupercales romanas en las que se
fustigaba con tiras de piel de animales sacrificados con un sentido
fertilizador.
Con
la llegada del cristianismo, estas manifestaciones sufrieron un importante
sincretismo, debiéndose adaptar a la nueva religión. Aparecieron pues, ligadas a
diversas festividades de la Iglesia, enmarcadas dentro del ciclo de invierno:
Nacimiento de Cristo, San Esteban, Fiesta del Niño, San Antón, San Sebastián,
la Candelaria y San Blas... De esta manera, con la llegada de la devoción a San
Sebastián a Malpica de Tajo, el rito pagano, para evitar su desaparición, debió fusionarse con el elemento
religioso, dando lugar a la fiesta que ha llegado hasta nuestros días, y que es
la principal seña de identidad de este pueblo toledano. En este nuevo sentido
que toma la fiesta, los morraches, según la tradición, hacen referencia a los compañeros de milicia de San Sebastián, que le dieron
muerte por orden del emperador Maximiano tras haber sobrevivido al primero de
los martirios que padeció, en el que fue asaeteado. Así se interpreta que la finalidad de los
grandes cencerros no es otra que tapar con su ensordecedor ruido los lamentos
del santo a la hora de su martirio; y la de las porras es amenazar a San
Sebastián. Las máscaras harían referencia a la cobardía de quienes dieron
martirio al santo, que se cubrieron los rostros para no ser conocidos.
Se
trata de una fiesta, como refería antes, llena de ritos, de momentos que la
hacen singular. La presencia de los morraches
es una constante durante los días de la celebración, y ésta no podría
concebirse sin la aparición de estos peculiares personajes. Hacen su primera
aparición la tarde del 6 de enero, día de Reyes. Visten sus trajes y cencerros,
pero no llevan la máscara ni la porra. Desde este día hasta el 18 de enero, los
morraches se dirigen al anochecer
hacia la ermita de San Sebastián, a las afueras de la localidad, para encender
velas al Santo y pedir su protección con el canto de las tradicionales
coplillas. Hacen el trayecto a la carrera, y cumplen con el ritual de encender
una vela cada uno de esos días, que depositan a las puertas de la ermita, para
después entrar al interior del templo donde cantan al santo esta coplilla:
Al
Glorioso San Sebastián
Le
pedimos con fervor
Que
proteja a nuestro pueblo
Y
nos de su bendición
¡Viva
San Sebastián!
Acto
seguido, los morraches abandonan la
ermita y de nuevo se dirigen al pueblo haciendo sonar los cencerros. Me cuentan
que antaño solamente subían a encender la vela a la ermita, permaneciendo esta
cerrada y sin entrar a venerar al santo.
La
tarde de la víspera de San Sebastián, el 19 de enero, los morraches, esta vez con sus porras y máscaras, en compañía del
pueblo, suben hasta la ermita a recoger al santo para trasladarlo a la iglesia parroquial.
Se sitúan a las puertas de la ermita donde simulan el escarnio que sufrió San Sebastián,
alzando sus porras y gritando, esperando la salida de la imagen a la que
engalanan con un gran ramo de laurel haciendo alusión al árbol al que fue atado
para martirizarlo. Los morraches en
todo momento van delante del santo y a los lados de la carroza arrastrando sus
porras y haciendo sonar los cencerros. Al paso de la imagen es tradición que
las gentes de Malpica lancen a San Sebastián peladillas y caramelos. Al llegar
a la plaza del pueblo tiene lugar la primera de las pujas que se realizan durante
estos días de fiesta. Del árbol de laurel del santo cuelgan naranjas, dulces,
roscas de pan… Y a sus pies se colocan presentes de toda índole, desde
embutidos y dulces, hasta jaulas con pájaros. Todos estos regalos se pujan,
pagando los devotos grandes cantidades. También se pujan los “brazos” y la
“lanza” de la carroza, así como las bandas que la gente ofrece a modo de exvoto a San Sebastián. Este primer día se enciende en la plaza la gran luminaria
que dará calor durante los cuatro días que duran las fiestas, y que se compone
de taramas, troncos y otros arbustos.
El
día 20, el día grande las fiestas, los morraches
acuden a las puertas de la iglesia esperando el final de la misa y la salida de
San Sebastián. Momentos antes de comenzar la misa, provistos de plumeros,
gastan bromas a los hombres y a los forasteros, y acompañan del brazo a las
mujeres hasta la puerta de la iglesia en señal de cortesía. Un aspecto curioso
es que los morraches deforman sus
voces al hablar para no ser reconocidos por sus vecinos. Al término de la
Eucaristía, hacen sonar sus cencerros y golpean sus porras contra
el suelo. Cuando el santo sale a la puerta de la iglesia, se congregan en torno
a él alzándolas, simbolizando de esta manera el martirio.
Los
días 21 y 22 de enero se llevan a cabo los mismos actos tradicionales de la
fiesta en los que los morraches hacen
acto de presencia. Será el 22 por la tarde cuando devuelvan a San Sebastián a
su ermita para dar término a las fiestas. Es la última aparición de los morraches. Al llegar a la ermita tiene
lugar la última puja que se puede prolongar durante varias horas, haciéndose incluso
de noche. Cuando el santo se dispone a entrar, los morraches aprovechan los últimos minutos para hacer sonar con mayor
intensidad los cencerros. De nuevo Malpica ha cumplido con su tradición secular
honrando con gran veneración a su patrón. He tenido la oportunidad de
presenciar esta fiesta varios años en sus diferentes jornadas, y he de decir
que es una bonita manifestación en la que todo un pueblo se vuelca por mantener
esta costumbre que se inculca desde niños. Fe y tradición caminan de la mano en
unos días que suponen para Malpica la más grande de sus señas de identidad.
Fuente consultada:
GONZÁLEZ CASARRUBIOS, C et alt; Las fiestas populares de Castilla-La Mancha : rituales destacados. Toledo : Consejería de Cultura, 2004.
Luminaria que se enciende en la plaza durante los cuatro días |
Pujas del Santo que se subastan |
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