El frío invernal de La
Mancha, el olor a pólvora y su estruendo por cada rincón, el sonido de las
castañuelas, la dulzaina, el tambor, el ancestral soniquete del paloteo, el sol
que engaña reflejado en el blanco y el añil, la satisfacción de una promesa cumplida,
el momento de dejar la bandera y el de cogerla, la Virgen paseando entre un mar
de gente… Esto es Villanueva de Alcardete cada segundo domingo de noviembre, el
Día de la Virgen de la Piedad, la “Ricona”. Así se vive una fiesta cargada de
siglos de tradición y de historia, una fiesta que se mantiene viva, que va
pasando generación tras generación, muy emotiva, muy vistosa, y con muchos
detalles que no se pueden escapar al ojo y al oído de quien la vive y la
presencia.
Muchos son los ritos
que componen esta celebración, pero sin duda alguna lo que da carácter propio a
esta fiesta son las Danzantas y el
Gabozorra, un niño y ocho niñas a los que su pueblo tiene mucho que
agradecer por ser ellos los encargados de mantener viva la tradición tan
antigua y tan representativa de Villanueva. Me contaban que para ser danzanta y gabozorra no hace falta más que ofrecerse. Por lo general son
promesas que los alcardeteños hacen a la Virgen de la Piedad, ofreciendo a sus
hijas para que dancen ante la patrona. El tiempo que dura el ser danzanta no
tiene límite, casi siempre las niñas repiten más de un año, dejando después
paso a otras. El grupo lo componen ocho niñas de edades diversas, casi siempre
oscilando entre los ocho y los diez años, al igual que ocurre con el gabozorra,
cuyo papel en este caso es el de alcalde
de la danza.
Las danzantas aprenden
a bailar estas tradicionales danzas gracias al maestro de la danza, a D. Felipe
Morata. He tenido el gusto de conocerlo en persona, de hablar con él, y de
disfrutar de su saber en lo que a las danzas y todo el ritual que conllevan se
refiere. Él mismo me contó que su padre lo había heredado de su abuelo, y él de
su padre. Como vemos, una tradición que pasa de generación en generación dentro
de una misma familia; una preciada joya para la familia Morata el sentirse
responsables junto a las danzantas de la pervivencia de la tradición.
Los ensayos comienzan a
finales del mes de septiembre, y cada noche, Felipe Morata abre las puertas de
su casa para recibir a las ocho niñas y al gabozorra, a los que va instruyendo
y enseñando cada uno de los pasos y movimientos que componen las danzas. Una
gran labor, un gran trabajo por parte de este grupo de personas, con el valor
añadido de estar formado por una persona mayor que encarna la sabiduría, la
madurez, y que es parte de la historia de la fiesta, y por varias niñas y un
niño que aportan ilusión, ganas de aprender y sobre todo ganas de mantener esta
tradición que late viva en el corazón de cada alcardeteño, de cada devoto de la
Piedad. Me emocionaba descubrir la viveza con que Felipe narraba momentos de la
fiesta, su memoria a la hora de decirme del tirón el nombre de cada uno de los
toques de la dulzaina y el tambor para las danzas. Él mantiene el orden entre
las danzantas y va indicándolas en cada momento los pasos y las partes de la
danza. Se sabe todas y cada una de las letras de los toques, las cuales
canturrea a la vez que son interpretadas por la dulzaina. Le pregunté el nombre
de las mismas y las apunté: “Virgen de la
Piedad”, “El gran caballero”, “El pico y el jarro”, “La moza”, “Lo bailan las
señoritas”, “vienen preguntando por la señora Lola”, “Que venimos de la
función”, “Abajo del Altar está”, “Tiene mucha fortaleza el Peñón de
Gibraltar”, “El pollo”, “Todo sí, el anillo no”. Estos toques se
interpretan en las diferentes danzas que en este caso son: el paloteo, el cordón, la culebra y la cruz.
He tenido la suerte de
presenciar las preciosas danzas, pero mayor suerte ha sido haber podido
disfrutar de los momentos que pocas veces se contemplan y se viven, que quedan
reducidos a un pequeño grupo, a menudo de familiares. Ha sido todo un lujo el
poder compartir ratitos de conversación con la familia de una de las danzantas,
la familia Santiago-Perea. Y es que ser danzanta conlleva mucho trabajo y
sacrificio, pues durante tres días las niñas asisten a cada uno de los actos
propios de la fiesta, reservando muy poco tiempo para el descanso. Esta familia
nos recibió en su casa a la hora de la comida, momento en que Piedad, la
danzanta, aprovechaba para intentar comer, envuelta en una gran sábana para no
ensuciarse el vistoso atuendo. Y digo intentar porque para ello, las niñas no
pueden quitarse el traje, colocado a temprana hora de la mañana en un rito de
gran laboriosidad, en el que las distintas enaguas almidonadas que lo componen,
así como los collares, abalorios, broches y otros aderezos, han de coserse a
los ropajes para resistir a todo el movimiento que conllevan las danzas. La comida
dura muy poco tiempo puesto que a primera hora de la tarde, todas las niñas y
el gabozorra han de reunirse de nuevo en la casa de Felipe, el maestro de
danzantas, para salir en busca de la familia de mayordomos que porta la bandera
y asistir al momento principal de la fiesta: la procesión de la Virgen de la
Piedad.
Los trajes de las
danzantas son una verdadera joya. Compuestos por varias enaguas blancas
almidonadas, medias, calzonas, camisa blanca, cintas anudadas a los codos, una
cinta más ancha rematada en fleco dorado colocada alrededor del cuello y
prendida con un camafeo, una cinturilla o cota ceñida a la cintura y con ricos
bordados –generalmente la efigie de la Virgen de la Piedad-, y un gran lazo
ancho con varias lazadas prendido a la cintura por la parte trasera. Rematan el
atuendo broches, abalorios y camafeos que van prendidos a la ropa dibujando
formas por detrás de la espalda y en la parte delantera sobre el pecho. El pelo
va recogido en un moño bajo, y adornado con florecillas y abalorios brillantes,
y sobre la cabeza llevan una diadema también de piedrecillas brillantes. Llevan
además un mantolín o toquilla para resguardarse del frío propio de la fecha,
que se ponen en los descansos. El traje del gabozorra va a juego con el de las
danzantas en cuanto a colores se refiere, y se compone de pantalón blanco
ceñido a la altura de los tobillos y decorado en su parte inferior con unas
cintas de colores, camisa blanca con cintas anudadas a los codos y lazo en el
cuello cruzado en la parte delantera al igual que las danzantas, fajín ancho
rematado con una especie de volante en su parte inferior, y una boina roja con
una borla negra cosida en el centro, y que cuelga hacia un lado. Las danzantas
portan castañuelas adornadas con cintas de muchos colores, y el gabozorra porta
una especie de tralla con la que dirige la danza. El color de los trajes varía
en cada uno de los días de la fiesta. La Víspera es de color rosa, el día de la
Virgen azul celeste, y el día después es rojo, siendo los aderezos cada día del
color correspondiente.
El sábado de la fiesta
acuden a la Función de la Víspera de la Virgen, el día grande –el domingo-
acuden a la Función de la mañana y a la procesión vespertina en que la imagen
de la Virgen de la Piedad recorre las calles de Villanueva, y el lunes recorren
el pueblo danzando para hacer cuestación casa por casa. Pero sin duda el
momento más representativo es cuando la Virgen llega a la plaza en la tarde del
domingo, frente al ayuntamiento, donde las danzantas interpretan una muestra de
todas las danzas ante la atenta mirada de la multitud. Es el momento más
emotivo y más esperado, la música de la dulzaina y el tambor y el chocar de los
palos, se mezcla con el ensordecedor ruido de la pólvora, elemento muy
destacado también en esta fiesta. Y es que durante todo el día la pólvora está
presente en las calles de Villanueva, más aún cuando la Virgen está fuera del
templo. Miles y miles de cohetes y tracas se queman en honor a la “Ricona”, en
muchas ocasiones por ofrecimiento al haber hecho una promesa y haber recibido
los favores de la Virgen. La gente ofrece docenas de cohetes para ser
explotados ese día. El humo de la pólvora invade las calles, creando una
atmósfera que sobrecoge, el ensordecedor ruido es imparable, y se hace más
notorio en el momento de la entrada de la Virgen en la iglesia, cuando una
enorme traca colocada en la plaza y un bonito castillo de fuegos artificiales,
ponen broche final al día más grande de Villanueva de Alcardete.
Doy las gracias de
corazón a mis amigos Felipe Perea Hernando –alcardeteño- y María Martín Díaz,
por la invitación y por su acogida, y por haber sido grandes anfitriones
facilitándome en todo momento la labor de investigación y el poder conocer la
fiesta en todas sus facetas. Vaya también mi más sincero agradecimiento a la
familia Santiago-Perea, por recibirnos tan amablemente en su casa y hablarnos
de la tradición; a las danzantas y el gabozorra que posaron en varias ocasiones
para el reportaje fotográfico; a Don Felipe Morata Fernández, testigo vivo de
la tradición y gran conocedor de la misma, con el que para mí fue todo un
placer hablar. Muchas gracias a todos y enhorabuena por mantener con tanto
cariño y tesón vuestra más grande seña de identidad.
El gabozorra o danzante |
Reflejos del ayer y del mañana |
Las danzantas y el gabozorra entran a la iglesia |
Paloteo |
El cordón |
Virgen de la Piedad, la "Ricona" |
*Todos los textos, así como las imágenes y archivos de vídeo son propiedad del autor.
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