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sábado, 2 de septiembre de 2023

EL "CIPOTEGATO" Y LA FIESTA DE SAN ATILANO EN TARAZONA


La Ciudad de Tarazona, en la provincia de Zaragoza, celebra cada 28 de agosto la fiesta grande de su patrón San Atilano. Una tradición que este año pudimos vivir muy de cerca, participando en la procesión en la que los turiasonenses pasean por las calles del lugar la reliquia del brazo de su patrón. 


En estas fiestas, sin duda alguna, la figura principal es el "Cipotegato". Se trata de un personaje enmascarado que viste con traje arlequinado, y que hace su aparición en la mañana del 27 de agosto, víspera de la fiesta. Es el momento más célebre de la festividad, en el que vecinos y visitantes de todas las partes del mundo le reciben en la plaza propinándole una generosa lluvia de tomates. Esta descarga se conoce con el nombre de "Tomatina", y supone un rito único en el que el Cipotegato se abre paso entre la multitud para subir a la estatua que tiene dedicada en la plaza mayor de Tarazona. 


Pero su aparición no solamente se reduce a ese día, sino que también el 28 de agosto hace acto de presencia en la misa que tiene lugar en la bellísima catedral, y en la posterior procesión de la reliquia del Patrón turiasonense. Eso sí, esta vez con su llamativo traje limpio y sin lanzamiento de tomates. En el desfile procesional también están presentes los gigantes y cabezudos, así como la corporación municipal y las autoridades religiosas, acompañados de los maceros y timbaleros del ayuntamiento.


Una fiesta que teníamos muchas ganas de conocer y que por fin descubríamos y disfrutábamos la mañana del 28 de agosto. Ya sólo nos queda pendiente conocer la salida del Cipotegato del día 27 con su correspondiente tomatina, que anotamos en la agenda esperando poderla vivir en años venideros.

*Todos los textos, así como las imágenes, son propiedad del autor del blog.












LA FIESTA DE "EL COLACHO" DE CASTRILLO DE MURCIA


Domingo de la Octava del Corpus. Llegamos al pueblo burgalés de Castrillo de Murcia en el momento en que acaban de sonar las campanadas que marcan las diez de la mañana. De repente se empieza a escuchar un sonido ritual que estremece, que levanta el vello de punta. Es el atabal. 


Corremos por las empinadas callejuelas hasta llegar a encontrarnos con la comitiva. Los chiquillos y los jóvenes corren despavoridos, les persigue un personaje vestido con un peculiar traje y una llamativa máscara: el Colacho. Lleva en una de sus manos unas castañuelas de gran tamaño –las tarrañuelas-, y en la otra un palo acabado en un penacho de pelo de cola de animal. Tras él, desfilan con sus capas y con gran solemnidad y recogimiento, los cofrades de la Archicofradía del Santísimo Sacramento. Cierra la comitiva el Atabalero, que hace sonar con gran destreza el atabal, un tambor de grandes dimensiones. Hemos entrado de lleno en la fiesta, en el rito que cada año por la festividad del Corpus Christi revive en Castrillo de Murcia, perpetuando siglos de tradición. 


Y es que, en este precioso lugar de la provincia de Burgos, viven su fiesta con entusiasmo y emoción. Una celebración cargada de años, donde se mezcla lo pagano con lo sagrado, y donde la Cofradía del Santísimo Sacramento cobra todo el protagonismo. Nos contaban que es costumbre que los niños que son saltados por el Colacho en la procesión del domingo se inscriban y pasen a formar parte de la misma desde que nacen. Una cofradía cuatro veces centenaria, estrechamente vinculada a la Archicofradía de Minerva de Roma, y que se compone según una curiosa jerarquía: un Abad, un Secretario, los Priores o Amos, y los Mayordomos.


Después de esta primera corrida del Colacho, otras cuantas más hasta la hora de misa. Tras la misa, de nuevo otra corrida y el tradicional reparto de orejuelas. A primera hora de la tarde, tras un tremendo aguacero, se reanudan las corridas. Ya queda menos para la parte más esperada del rito: el Salto y la Bendición de los niños. Los cofrades, acompañados de El Colacho y el Atabalero, asisten al canto de vísperas en latín. Mientras tanto, las gentes de Castrillo ponen a punto los altares y los colchones donde los niños esperarán la llegada de la procesión. De nuevo el sonido del atabal lo envuelve todo, se respira emoción en el ambiente. Arriba de las escaleras de la iglesia asoma la cruz y las grandes banderas, y poco después se dejan ver los danzantes, los dos Colachos que oficiarán el rito, los cofrades, el Atabalero y el palio bajo el que el señor cura porta el Santísimo Sacramento. Dispuestos los bebés en los colchones, los dos Colachos saltan enérgicamente sobre ellos, cumpliendo así un antiquísimo ritual considerado de protección. El Colacho, tras el salto, huye dejando paso al sacerdote que, con el Santísimo en la Custodia, bendice a los recién nacidos. Y así una y otra vez, en cada altar dispuesto al efecto, hasta que la procesión retorna a la majestuosa iglesia parroquial, dando paso al resto de actos que culminan con esta fiesta tan impresionante.


Volvimos de Castrillo pletóricos, maravillados con su tradición, y muy agradecidos por haber podido mezclarnos y conversar con sus gentes. Agradecemos de corazón toda la información y la atención que nos brindaron nuestros amigos Alfonso Díez y William Cara, así como el rato que pudimos hablar sobre la fiesta con Julio Manso. Fue también un placer poder saludar a Don Ernesto Pérez Calvo, sacerdote hijo de Castrillo de Murcia que tanto sabe y tanto ha investigado sobre esta joya del patrimonio inmaterial que es la Fiesta de El Colacho.

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