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lunes, 9 de febrero de 2015

LOS “ZARRAMACHES” DE CASAVIEJA


Casavieja es un pequeño pueblo de la provincia de Ávila situado en el Valle del Tiétar. Un bello enclave que mantiene y cada año revive antiguas tradiciones, relacionadas en su mayoría con el entorno serrano y pastoril que lo rodea.
Una de sus celebraciones más características y que reúne mayor complejidad ritual es la que tiene lugar cada 3 de febrero con motivo de la fiesta de San Blas. En este día hacen aparición los “zarramaches”, dos personajes de carácter grotesco que protagonizan una curiosa mascarada de invierno.
Según la tradición oral eran los pastores de Casavieja que vivían gran parte del año en las sierras, los que encarnaban anualmente a estos personajes y bajaban hasta el pueblo a celebrar San Blas y a recibir el aguinaldo de manos de los dueños del ganado. Se dice que vestían de esta manera tan estrafalaria para divertir a los niños en ese día festivo. Cuando el oficio de los pastores comenzó su decadencia, la fiesta se vio igualmente amenazada, por lo que tuvieron que hacerse cargo de ella los quintos para evitar que se perdiese. Por ello, desde hace algunas décadas los quintos toman esta fiesta como propia, podríamos decir que se trata de un rito de paso por el cual los jóvenes que cumplen los 18 años pasan a formar parte del grupo adulto de la comunidad.
Pero pese a contar con esta interpretación de la fiesta, pienso que el rito tiene un origen mucho más complejo, pues los elementos que componen la vestimenta, similares a los que encontramos en otras mascaradas de invierno, nos dan una pista de que pudiera tratarse de un ritual relacionado con la fertilidad de los campos y el ganado, un ritual de llamada al despertar de la naturaleza, y de expulsión de los males que pudieran acechar a la comunidad.
El traje de los zarramaches se compone de varias partes. Visten pantalón blanco y cubren su torso con una pieza de tela blanca a modo de toquilla que cae sobre los hombros hacia la espalda y que va decorada con puntillas de encaje. Esta pieza de tela va cosida a la espalda y no dispone de mangas. A la espalda llevan una estera de esparto que se ata al cuello con una cuerda y que se ciñe a la cintura con una correa de la que penden tres cencerros. Sin duda la parte más característica de la indumentaria es la especie de máscara con que cubren su cara, que no es más que un trozo de tela con aberturas en ojos y boca, que se cose detrás de la cabeza; y el gorro de forma cónica, semejante a un capirote, del que cuelgan multitud de cintas de colores, y que se remata con un penacho de flores de tela. Portan largas y flexibles varas para amenazar y golpear a la chiquillería.
Vemos pues que en el atuendo aparecen esos elementos a los que anteriormente hacía referencia, y que pueden estar íntimamente ligados con antiguos ritos. Es el caso de los cencerros que tendrían una función ahuyentadora de los malos espíritus o de llamada al despertar de los campos en la cercana llegada de la primavera. También los gorros podrían ser indicio de esto, compuestos por cintas de colores muy llamativos alusivos al brote de la vida en el reino vegetal y a su abundancia, y por el ramillete de flores que lo remata, haciendo alusión a esto precisamente. Podríamos estar también ante un tipo de máscara fustigadora por las varas que los zarramaches portan, que podrían ser herencia de las antiguas Lupercalia romanas, de las que nos habla el insigne Caro Baroja. Como ya hemos explicado en otras mascaradas, los lupercos azotaban a todo el que se encontraban en su camino, especialmente a las mujeres con un sentido claramente fertilizador. También nos dice Caro Baroja en su obra que estas Lupercales tenían un claro sentido protector de las comunidades pastoriles frente a temidos animales y alimañas como podían ser el oso y el lobo, y de fecundidad de los rebaños, interpretación que nos encajaría muy bien en el entorno en el que se desarrolla esta mascarada.
La fiesta comienza en las primeras horas de la mañana cuando los dos quintos se disponen a vestirse de zarramaches en el ayuntamiento. La chiquillería espera expectante y nerviosa en la calle a que salgan para correr tras ellos y lanzarles naranjas que previamente han cogido de los árboles que hay repartidos por todo el pueblo. Suenan los cencerros, los zarramaches bajan las escaleras de la casa consistorial, los muchachos empiezan a gritar y a correr, la mascarada ha comenzado. Durante un largo rato las carreras se repiten por las diferentes calles de la localidad. Los zarramaches persiguen velozmente a los chicos que en un alarde de hombría se enfrentan a ellos y les lanzan las naranjas o intentan quitarles la vara. Los zarramaches llevan también una naranja en la mano que ofrecen a los muchachos para aprovechar y golpearles en las manos con la vara. Cuando se acercan las doce del medio día los zarramaches junto con las autoridades locales se dirigen a la iglesia donde tiene lugar la función en honor a San Blas. Me llamó poderosamente la atención la presencia de los zarramaches y su participación en la misa, pues por lo general en ninguna mascarada de las que se celebran en la Península, los protagonistas de la fiesta –máscaras, botargas, zangarrones…- entran en el interior del templo para participar de la parte religiosa de la celebración. En el caso de Casavieja, además los dos zarramaches ocupan un lugar distinguido dentro del templo, situándose en los bancos delanteros cercanos al altar, invitándolos el sacerdote en determinados momentos a hacerse oír agitando sus cencerros. Acabada la misa tiene lugar la procesión con el santo alrededor del templo, primeramente aparecen los zarramaches a los que los jóvenes están esperando para llevar a cabo sobre ellos una gran descarga de naranjas. Ambos salen corriendo esquivando los golpes de los frutos y comienzan de nuevo una persecución tras los muchachos, mientras que el santo rodea la iglesia en procesión portado por el resto de quintos y quintas.
Tras los actos religiosos, de nuevo la gente se congrega frente al ayuntamiento a la espera de que salgan los zarramaches, en esta ocasión otros dos quintos que han tomado el relevo a los que salieron por la mañana. De nuevo se suceden persecuciones, y los zarramaches entran en el patio del colegio para perseguir a los más pequeños que huyen de ellos despavoridos. La fiesta toca su fin a medio día, cuando los zarramaches entran de nuevo a la casa consistorial para quitarse los atuendos que se guardarán esperando la llegada de la fiesta a otro año.

Los zarramaches salen del ayuntamiento

A la carrera tras la chiquillería

Carreras por las calles de Casavieja

En busca de los muchachos

Los niños lanzan naranjas a los zarramaches

Vara y naranja, las armas de un zarramache

Golpeando con las largas varas a la carrera

Los zarramaches asisten a Misa

Los jóvenes esperan naranja en mano a la puerta de la iglesia

Los zarramaches salen de la iglesia

Fuentes consultadas: 

- CALVO BRIOSO, BERNARDO; Mascaradas de Castilla y León, Tiempo de Fiesta. Junta de CyL (edición electrónica), Consejería de Cultura y Turismo. 2012.

- CARO BAROJA, J., El Carnaval. Alianza, Madrid, 2006.


*Todos los textos, así como las imágenes y archivos de vídeo son propiedad del autor.

2 comentarios:

  1. Para mayor información pueden consultar estas publicaciones sobre los Zarrmaches de Casavieja:

    GONZALEZ MUÑOZ, JOSE MARIA.
    -“Los Zarramaches (Casavieja)”, en Ávila Semanal, nº180, 2-8 febrero 1996.
    -“La villa de Casavieja: síntesis histórica, actualidad, impresiones y costumbres en El Valle. Informativo del Tiétar, nº4 , julio 1998, pp. 6-11.
    -Las raíces del tiempo. Retazos de historia y tradiciones de Casavieja (Ávila). Madrid, Ed. Sociedad de Estudios del Valle del Tiétar (SEVAT), 2004, p. 60
    -“ Los quintos de Casavieja (Ávila): la evolución de las tradiciones a través de un liderazgo desconocido”, Trasierra: boletín de la Sociedad de Estudios del Valle del Tiétar (SEVAT), n° 8 (2009), pp. 87-101.
    -“Los Zarramaches de la villa de Casavieja (Ávila): memoria y evolución de una tradición profana (siglos XX-XXI)”, Trasierra: boletín de la Sociedad de Estudios del Valle del Tiétar (SEVAT), n° 11 (2014-2015), pp. 155-175.

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