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viernes, 24 de agosto de 2018

LA SUBASTA DEL RAMO DE MARRUPE (TOLEDO)



Muchos son los pueblos que el 24 de agosto dedican sus fiestas a San Bartolomé Apóstol. Es el caso del pequeño pueblo de Marrupe, en la comarca de la Sierra de San Vicente, en la provincia de Toledo. Hasta allí acudí para conocer de cerca la tradición de la "Subasta del Ramo", una de sus mayores señas de identidad.

El papel protagonista lo ostentan los mayordomos y mayordomas, que son los encargados de la organización de las fiestas en honor al patrón de Marrupe y que son elegidos cada año. Ellos son quienes visten el ramo, que supone el elemento más característico de la fiesta. Se trata de una gran rama de árbol que se sustenta en unas andas o parihuelas de hierro y que se engalana a base de roscas de pan, ramos de albahaca, racimos de uvas, ciruelas, peras, manzanas, banderas, cintas y el tradicional plato de cerámica talaverana. El ramo preside la misa en honor a San Bartolomé, y a su término es sacado a la puerta de la iglesia donde tiene lugar la subasta.

Este es uno de los momentos más esperados. Uno de los mayordomos convoca a los asistentes con una campanilla y da comienzo la tradicional puja, que se caracteriza por hacerse como antaño, es decir, en celemines (antigua medida agraria). Me contaba Paco, uno de los mayordomos de este año, que antiguamente se pagaba la equivalencia de los celemines ofrecidos en el dinero correspondiente. Es en ese momento cuando salen electos los mayordomos para la fiesta del año siguiente, privilegio que recae en quien o quienes pujen la cantidad más elevada. 

Una vez rematada la subasta, se traslada el ramo a la puerta del ayuntamiento donde se reparten las roscas y los frutos entre los vecinos de Marrupe. Me decían que antes se repartían las roscas casa por casa, una por cabeza, pero desde hace algunos años se optó por repartirlas en la plaza, a las puertas de la casa consistorial.

Una tradición que se remonta a muchos siglos atrás y que podemos relacionar con un acto de agradecimiento a San Bartolomé por los frutos obtenidos y las cosechas abundantes. Podríamos incluso volver la mirada a tiempos más remotos, y pensar en la posibilidad de encontrarnos ante un antiguo rito agrario de origen pagano de agradecimiento a la tierra que, con la llegada del cristianismo, pudo experimentar el sincretismo que encontramos en otras muchas fiestas de rasgos similares.






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