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jueves, 20 de junio de 2024

LOS PECES DE SAN ANTONIO EN MONTEARAGÓN

Para el pueblo toledano de Montearagón la fiesta de San Antonio de Padua supone uno de los momentos más importantes del año. Tradición y devoción se dan la mano en torno a la festividad del santo paduano en la que los montearagueños cumplen una serie de ritos que vienen desde antiguo. Me contaban la curiosa historia de la imagen del santo. Una vecina del pueblo tenía a su hijo en la Guerra de África y ofreció que, si volvía sano y salvo, regalaría una imagen de San Antonio con su misma estatura y peso. El joven volvió de la contienda y su madre cumplió con la promesa. Me decían: “contaban que hasta los pies del santo eran del mismo número que los del muchacho”. 

Pero si hay algo por lo que sobresale esta fiesta es por la particular tradición de ofrecer a San Antonio peces de tela. Me contaban que el origen de esta costumbre está en uno de los milagros del santo a quien la gente no escuchaba y se burlaba de él cuando estuvo predicando en Rimini -Italia-. Apesadumbrado por la actitud herética de aquellas gentes, se dirigió a las orillas del mar donde comenzó a hablar a los peces. Estos, en gran cantidad, acudieron hasta la orilla para escuchar el sermón de San Antonio, lo que causó la estupefacción de quienes admiraron tal prodigio. Después de hablar a los animales, los bendijo y volvieron mar adentro, y las gentes de la ciudad pidieron perdón y se convirtieron. Por ello en Montearagón se puede observar como gran cantidad de pececillos de tela que confeccionan las mujeres del pueblo van atados a la peana de San Antonio. La costumbre es que, finalizadas las pujas, los devotos paguen una cantidad simbólica por ellos y los cojan, normalmente para cumplir una promesa o para seguir con la tradición. La condición es que esos peces vuelvan al santo ese mismo día una vez que ha entrado en la iglesia, y se guardan hasta otro año. Hay algunos que tienen muchos años de antigüedad y otros más nuevos que se van confeccionando cada año para reponer y ampliar.

El sábado más cercano al trece de junio se celebra la fiesta de San Antonio. Por la tarde tiene lugar la misa seguida de la procesión por las calles de Montearagón. Tras esto tiene lugar uno de los momentos más particulares de la celebración: las pujas. Se coloca al santo en una mesa a las puertas de la iglesia y en torno a él la directiva de su hermandad que se encarga de dirigir este acto y apuntar las cantidades que los devotos ofrecen. La presidenta de la Hermandad de San Antonio, frente a la sagrada imagen, dirige la puja que se alarga cerca de una hora. Los objetos por los que se puede pujar son: ramos de flores, las tradicionales rosquillas de Santa Clara, objetos religiosos, cestas de fruta, por el ramo de San Antonio, por los cordones y los brazos de las andas. Finalizada la subasta tiene lugar el reparto de los panecillos del santo que, según la creencia, si se guardan en los hogares durante todo el año, no faltará la salud ni el sustento.

Una fiesta muy entrañable y un pueblo el de Montearagón volcado con sus tradiciones. Agradezco la acogida del párroco D. Juan Ignacio, así como la amabilidad de las mujeres que dirigen la Hermandad de San Antonio de Padua que me hablaron de todos los detalles de esta bonita y curiosa fiesta.

*Todos los textos, así como las imágenes, son propiedad del autor del blog.




lunes, 22 de enero de 2024

LA "VAQUILLA DE SAN SEBASTIÁN" DE BURGOHONDO

El domingo 21 de enero, la tradición nos llevó hasta el abulense Valle del Alto Alberche. En Burgohondo nos recibían las cumbres nevadas y un espléndido sol para conocer la peculiar tradición que este pueblo celebra cada año con motivo de la fiesta de San Sebastián. La “Vaquilla de San Sebastián”. Una celebración que tiene sus orígenes muy probablemente en ritos prerromanos y romanos, y que tiene como protagonista a una vaca de madera. Es frecuente encontrarnos con este tipo de celebraciones en entornos donde la ganadería ha sido y es motor de la economía local. El objetivo de estos ritos no era otro que favorecer la fertilidad de la tierra y la prosperidad del ganado; despertar a la naturaleza para que tras el invierno fuera propicia y la tierra diera frutos abundantes. Nos encontramos ante un ritual festivo que, a todas luces, sufrió un importante sincretismo con la llegada del cristianismo, asociándose a la celebración de San Sebastián para evitar su desaparición.  En el caso de Burgohondo llama la atención la representación de la vaca, pues está compuesta por cabeza y cornamenta de madera, y un palo para portarla. Al contrario que en otros lugares, aparece sola en el contexto del rito; tan sólo la acompañan dos personajes -los “cañaños”- en la simulación de su muerte, que tiene lugar por la tarde como broche a la fiesta.

He tenido la suerte de poder recabar información sobre esta curiosa fiesta, de la mano de su protagonista y principal mantenedor. El señor Paco, con sus 84 años, lleva unos cuantos al cargo de la tradición, permitiendo que se siga celebrando y conservando, y con la esperanza de que la juventud tome el relevo. Me contaba que el abuelo de Ofe, su mujer, también había estado muchos años ligado a la celebración, y testigo de ello es una foto muy antigua que conserva y que he tenido la suerte de poder contemplar. Me contaban que antaño eran los cofrades de San Sebastián quienes se encargaban de rotarse la vaquilla entre ellos. El Mayordomo era el que la portaba, y en su casa invitaba al resto de cofrades a limonada y dulces. El día de San Sebastián por la tarde, tras la simulación de la muerte del bóvido, un carro con la vaquilla y los músicos iba hasta la casa del cofrade que se había quedado con ella, donde se ponía punto final a la fiesta con un convite.

En la actualidad se celebra el domingo más cercano a la festividad de San Sebastián. A media mañana vecinos y visitantes se congregan en la casa del señor Paco, donde se ofrece limonada y las exquisitas rosquillas elaboradas por Ofe, su mujer. La música de la gaitilla acompaña a las autoridades a recoger a la Vaquilla para dirigirse a la iglesia donde se celebrará la misa. Durante el recorrido, Paco arremete con la vaquilla de madera contra todo aquel que se encuentra a su paso, cumpliendo así con el antiguo rito. Me decían que antaño el que la portaba levantaba las faldas de las mozas con los cuernos. Vemos en ese acto también una reminiscencia de las prácticas propiciatorias de fertilidad de la mujer, que también se llevaban a cabo en aquellos antiguos rituales. Los muchachos también provocaban a la vaquilla para que saliese tras ellos, y la decían: “Vaca barrosa, que no vales gran cosa”. Hoy todavía alguna que otra persona mayor ha pronunciado la frase cuando la vaquilla se les ha acercado.

Después de la misa tiene lugar la procesión, en la que San Sebastián luce engalanado de una manera muy especial con cintas de muchos colores que cubren prácticamente toda la imagen. Encabeza la comitiva la vaquilla, que se abre paso por las calles de Burgohondo. Acabado el acto religioso se ofrece limonada y dulces en la plaza de la Abadía, momento en que la vaquilla es portada por algún joven como David que, con entusiasmo, participa también en el mantenimiento de la tradición, y arremete contra los presentes provocando carreras entre la chiquillería. Ya por la tarde, después de comer, se vuelve a la plaza con la música de la gaitilla, donde tiene lugar la “muerte” de la vaquilla. Dos personajes ataviados con ropas viejas, los conocidos como “cañaños”, se encargan de capturar con una cuerda a la vaquilla simulando así la muerte del animal. Finalizado el acto, se da a conocer la persona que se queda con ella para el año siguiente, en el caso de que hubiera alguien que se ofreciera.

Una tradición muy curiosa, que sigue desafiando al paso del tiempo y que se mantiene viva como una de las señas de identidad más importantes de Burgohondo. 

Mi agradecimiento sincero a Paco y Ofe por su amabilidad y por el ratito tan agradable que me regalaron hablándome de la tradición de la Vaquilla. No dudaron un segundo en abrirme las puertas de su casa y de su memoria. ¡Gracias, de corazón!

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LOS "HERMANOS DE SAN SEBASTIÁN" DE COBEJA

El pueblo toledano de Cobeja, situado en la Comarca de La Sagra, celebra cada año la festividad de San Sebastián de un modo muy particular. Los protagonistas son los “Hermanos de San Sebastián”, que son los matrimonios que se han casado dos años antes y se encargan de organizar y costear de la fiesta. También pueden acceder a este cargo los matrimonios que, recién llegados a vivir al pueblo, así lo deseen, siendo una bonita forma de integrarse en la comunidad. Hay matrimonios que por promesa también se convierten en Hermanos de San Sebastián. Se puede, en este caso, repetir las veces que se deseen. Me contaban que antiguamente era muy habitual que los matrimonios ofrecieran por promesa ser Hermanos por el sacrificio que suponía pagar la fiesta, teniendo en cuenta las habituales dificultades económicas que tenían las familias. Destaca el Hermano Mayor, que es el que primero se casó en su año, y que encabeza la procesión de San Sebastián portando un vistoso ramo de olivo que se adorna de la misma manera que el que lleva el Santo.

La celebración comienza pasado el día de los Reyes. Durante esas semanas hasta el día de la fiesta, los Hermanos de San Sebastián se reúnen todas las noches y recorren las calles de Cobeja lanzando cohetes para anunciar la cercanía de la festividad. Cada noche cenan juntos, bien en las casas con lo que cada matrimonio aporta, o bien en los bares del pueblo. Me contaban que antiguamente todas las celebraciones tenían lugar en casa del Hermano Mayor, siendo ahora el ayuntamiento el que facilita el espacio donde tendrá lugar el refresco después de la procesión. También era costumbre que los Hermanos cazasen palomas en la torre de la iglesia para después guisarlas y comerlas juntos. Además, en este día, tenía lugar un importante rito de paso, pues era cuando se tallaba a los quintos, que también tenían su protagonismo y hacían de las suyas. Me contaban que aprovechaban cuando salían las mozas a la compra para confiscarlas el pan o lo que llevasen, y que entonaban coplillas en tono picaresco.

El día de la fiesta se celebra la misa y posteriormente se procesiona la imagen de San Sebastián por las calles de Cobeja. Lo más vistoso es el enorme ramo de olivo que lleva el santo, y que se engalana con mandarinas, caramelos, rosquillas y los lazos que ofrecen los Hermanos, que suelen ir bordados con sus nombres y otros detalles. Después de la procesión, los cobejanos se afanan en conseguir esos dulces que lleva el santo, y que, como en otros lugares, son tomados como símbolo de protección.

Tras los actos religiosos tiene lugar el refresco en el que los Hermanos invitan al pueblo. Antiguamente los Hermanos de San Sebastián comían chocolate con bizcochos a puerta cerrada, y posteriormente se invitaba a todo el pueblo a limonada y tostones. Ya por la noche, costean un baile al que están invitados todos los vecinos y visitantes, poniendo así el broche a esta entrañable fiesta que se mantiene viva gracias al esfuerzo que cada año realizan estos matrimonios.

Agradezco de corazón la información que sobre esta fiesta me aportaron María Jesús y Pilar para poder dar forma a este artículo, así como el agradable rato que pudimos compartir en Cobeja en la mañana de San Sebastián.

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sábado, 2 de septiembre de 2023

EL "CIPOTEGATO" Y LA FIESTA DE SAN ATILANO EN TARAZONA


La Ciudad de Tarazona, en la provincia de Zaragoza, celebra cada 28 de agosto la fiesta grande de su patrón San Atilano. Una tradición que este año pudimos vivir muy de cerca, participando en la procesión en la que los turiasonenses pasean por las calles del lugar la reliquia del brazo de su patrón. 


En estas fiestas, sin duda alguna, la figura principal es el "Cipotegato". Se trata de un personaje enmascarado que viste con traje arlequinado, y que hace su aparición en la mañana del 27 de agosto, víspera de la fiesta. Es el momento más célebre de la festividad, en el que vecinos y visitantes de todas las partes del mundo le reciben en la plaza propinándole una generosa lluvia de tomates. Esta descarga se conoce con el nombre de "Tomatina", y supone un rito único en el que el Cipotegato se abre paso entre la multitud para subir a la estatua que tiene dedicada en la plaza mayor de Tarazona. 


Pero su aparición no solamente se reduce a ese día, sino que también el 28 de agosto hace acto de presencia en la misa que tiene lugar en la bellísima catedral, y en la posterior procesión de la reliquia del Patrón turiasonense. Eso sí, esta vez con su llamativo traje limpio y sin lanzamiento de tomates. En el desfile procesional también están presentes los gigantes y cabezudos, así como la corporación municipal y las autoridades religiosas, acompañados de los maceros y timbaleros del ayuntamiento.


Una fiesta que teníamos muchas ganas de conocer y que por fin descubríamos y disfrutábamos la mañana del 28 de agosto. Ya sólo nos queda pendiente conocer la salida del Cipotegato del día 27 con su correspondiente tomatina, que anotamos en la agenda esperando poderla vivir en años venideros.

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LA FIESTA DE "EL COLACHO" DE CASTRILLO DE MURCIA


Domingo de la Octava del Corpus. Llegamos al pueblo burgalés de Castrillo de Murcia en el momento en que acaban de sonar las campanadas que marcan las diez de la mañana. De repente se empieza a escuchar un sonido ritual que estremece, que levanta el vello de punta. Es el atabal. 


Corremos por las empinadas callejuelas hasta llegar a encontrarnos con la comitiva. Los chiquillos y los jóvenes corren despavoridos, les persigue un personaje vestido con un peculiar traje y una llamativa máscara: el Colacho. Lleva en una de sus manos unas castañuelas de gran tamaño –las tarrañuelas-, y en la otra un palo acabado en un penacho de pelo de cola de animal. Tras él, desfilan con sus capas y con gran solemnidad y recogimiento, los cofrades de la Archicofradía del Santísimo Sacramento. Cierra la comitiva el Atabalero, que hace sonar con gran destreza el atabal, un tambor de grandes dimensiones. Hemos entrado de lleno en la fiesta, en el rito que cada año por la festividad del Corpus Christi revive en Castrillo de Murcia, perpetuando siglos de tradición. 


Y es que, en este precioso lugar de la provincia de Burgos, viven su fiesta con entusiasmo y emoción. Una celebración cargada de años, donde se mezcla lo pagano con lo sagrado, y donde la Cofradía del Santísimo Sacramento cobra todo el protagonismo. Nos contaban que es costumbre que los niños que son saltados por el Colacho en la procesión del domingo se inscriban y pasen a formar parte de la misma desde que nacen. Una cofradía cuatro veces centenaria, estrechamente vinculada a la Archicofradía de Minerva de Roma, y que se compone según una curiosa jerarquía: un Abad, un Secretario, los Priores o Amos, y los Mayordomos.


Después de esta primera corrida del Colacho, otras cuantas más hasta la hora de misa. Tras la misa, de nuevo otra corrida y el tradicional reparto de orejuelas. A primera hora de la tarde, tras un tremendo aguacero, se reanudan las corridas. Ya queda menos para la parte más esperada del rito: el Salto y la Bendición de los niños. Los cofrades, acompañados de El Colacho y el Atabalero, asisten al canto de vísperas en latín. Mientras tanto, las gentes de Castrillo ponen a punto los altares y los colchones donde los niños esperarán la llegada de la procesión. De nuevo el sonido del atabal lo envuelve todo, se respira emoción en el ambiente. Arriba de las escaleras de la iglesia asoma la cruz y las grandes banderas, y poco después se dejan ver los danzantes, los dos Colachos que oficiarán el rito, los cofrades, el Atabalero y el palio bajo el que el señor cura porta el Santísimo Sacramento. Dispuestos los bebés en los colchones, los dos Colachos saltan enérgicamente sobre ellos, cumpliendo así un antiquísimo ritual considerado de protección. El Colacho, tras el salto, huye dejando paso al sacerdote que, con el Santísimo en la Custodia, bendice a los recién nacidos. Y así una y otra vez, en cada altar dispuesto al efecto, hasta que la procesión retorna a la majestuosa iglesia parroquial, dando paso al resto de actos que culminan con esta fiesta tan impresionante.


Volvimos de Castrillo pletóricos, maravillados con su tradición, y muy agradecidos por haber podido mezclarnos y conversar con sus gentes. Agradecemos de corazón toda la información y la atención que nos brindaron nuestros amigos Alfonso Díez y William Cara, así como el rato que pudimos hablar sobre la fiesta con Julio Manso. Fue también un placer poder saludar a Don Ernesto Pérez Calvo, sacerdote hijo de Castrillo de Murcia que tanto sabe y tanto ha investigado sobre esta joya del patrimonio inmaterial que es la Fiesta de El Colacho.

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